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Etqueta Negra leo una más de las acciones que los seres humanos hacemos en medio de la tormenta. Para todos es evidente que las reservas de agua, los nevados, no están tan blancos como antes. Para muestra, aquellos que vayan al centro del país y pasen por Ticlio se darán cuenta que la nieve que antes estaba ahí, ahora no está, y un manto marrón se extiende y sobre él algunas pinceladas de manchas blancas. Ahora resulta que es una moda beber agua de los glaciares o de los hielos perpetuos, es decir, agua que se congeló hace muchos siglos y que es de una pureza incomparable. Sorprendase.
Ian Szydlowsi es un empresario chileno de treinta y siete años que es dueño de una compañía a la que podría irle muy bien cuando el resto del mundo se muera de sed. «El agua será el próximo petróleo», dice mientras me cuenta los planes de su empresa, Waters of Patagonia. Se recuesta en su silla y sonríe lentamente como si fuera a revelarme un gran secreto. «Así es como debe ser el agua», dice, y luego me sirve un poco de agua de glaciar en una copa de vino. El producto se llama Crevasse aniata Water y es el niño mimado de esta compañía. Algo así como petróleo en estado transparente. «Los árabes la llaman Halal, H-A-L-A-L, que significa “jamás tocada por manos humanas”», añade el empresario. Cierta vez, dice, un jeque árabe probó un poco y la llamó «agua bendita».
Como ocurre con los minerales más codiciados, no es tan fácil descubrir un líquido con semejante valor comercial. Para hallar esta agua tan pura es preciso abordar un vuelo desde Santiago de Chile, dos mil kilómetros hacia el sur, hasta el corazón de la Patagonia virgen. Luego, hacer nueve horas de viaje en automóvil por un camino lleno de baches, hasta el remoto puerto de Tortel, un pintoresco sitio costero sin pistas ni automóviles y con una comunidad de quinientos habitantes que viven de la extracción y el trabajo de la madera. Allí, hay que tomar un barco de pasajeros y navegar hasta el límite del Campo de Hielo Patagónico Sur, una capa de hielo de una superficie de trece mil kilómetros cuadrados, donde las constantes lluvias hacen crecer el glaciar de tal manera que trozos de hielo del tamaño de edificios caen con estruendo al océano. Son tantos los ríos y montañas heladas que atraviesan este rincón del mundo que el mapa está cubierto por las letras S/N, «sin nombre». Y allí, en ese territorio virgen, está el próximo petróleo.
Szydlowski sirve el agua de una botella de cristal transparente, elegante como un Ferrari, de líneas encantadoramente sensuales y proporcionadas. «Las hacen en Murano, Italia, especialmente para nosotros», dice cuando me ve admirando el diseño. En el mundo sólo existen dos mil botellas como ésa. «Cuando la gente bebe nuestra agua no sólo se trata del agua más pura, sino de una nueva visión acerca de cómo debe ser el agua», agrega el empresario, quien se jacta de que Crevasse Water, su producto, cumple con todos los estándares que la Unión Europea exige sobre la pureza del agua en su estado natural, que no requiere tratamiento alguno.
La ciencia respalda en gran medida las afirmaciones de ese empresario anclado en la Patagonia. Al estar en el extremo sur del mundo, sus reservas de agua se encuentran a miles de kilómetros del intoxicado hemisferio norte y provienen de la lluvia que se congeló hace cientos o miles de años, mucho antes de la invención del motor de combustión interna, de la química moderna y de la lluvia radioactiva. El agua extraída de los glaciares es un producto virgen en un mundo cada día más intoxicado. «La naturaleza es el mejor filtro», afirma Allan Szydlowski, otro de los socios del negocio. «Contamos con valles protegidos que se extienden por cientos de kilómetros y esto es lo que filtra nuestra agua». «Nuestro filtro es todo un ecosistema», dice señalando hacia las montañas vírgenes y el denso glaciar en el horizonte.
La sede de Waters of Patagonia, la compañía de los hermanos Szydlowski, se levanta en el corazón del Campo de Hielo Patagónico Sur, una capa de agua congelada de trescientos sesenta kilómetros de largo y cuatrocientos metros de espesor. Es la tercera extensión de hielo más grande del planeta. Una reserva invalorable en un mundo castigado por la sed. Debido a la contaminación global, cada año seis mil setecientos millones de personas que habitan el planeta necesitan más de aquello que fluye de manera constante por la propiedad de esa empresa chilena: agua pura no contaminada. El glaciar donde Waters of Patagonia está instalada produce tanta agua dulce que este remoto rincón del Océano Pacífico es un rincón privilegiado. Sus reservas no son saladas. Se puede beber el agua. O embotellarla.
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