El primer beso se lo di a Isabel y fue bajo la sombra de un árbol. No habíamos cumplido aun los quince años. Fue un beso torpe y apurado. Los dos sentimos más nuestros dientes que la tibieza de nuestros labios. Después hubo otros besos y otros labios; pero los frenos ásperos en la dentadura de Isabel, de cuando en cuando, regresan tiernamente a mi memoria. Los besos de María fueron los más turbadores porque ya nos había envuelto la pasión y con solo sentir su respiración cerca de mi rostro era suficiente para estimular todos mis sentidos.
Hubo un tiempo en que el creí que el placer del beso era cuestión mental. Después de todo era un simple contacto de labios. Amparo Belinda destruyó mi hipótesis con unos besos que descargaban algo así como una corriente en mi cerebelo (es en serio). Ahora bien, Amparo me mandó al olvido después de tres sesiones de besos y yo me quedé con la ganas de preguntarle qué carajo tenía en los labios que, literalmente, me electrizaban.
Los besos de Margarita fueron los más abundantes y pasaron por varias etapas, desde los besos perfeccionistas que ella pretendía conocer, pasando por los besos sencillos de cada mañana antes de salir a trabajar, hasta llegar a esos besos tristes que preludiaban el final. Como cualquiera de ustedes, en mi vida hubo besos y besos. Besos tristes, de compromiso, de despedida, dolorosos, apáticos, excitantes, tiernos, inocentes, húmedos, secos, profundos, cortos, largos.
Y saben qué, sólo ahora me preocupo por escribir una ayuda memoria en esta libreta de anotaciones de los besos que haya vivido, porque me entero de que en México y en Inglaterra ha comenzado el acoso a los besantes. Se han prohibido los besos en
lugares públicos de Guanajuato y
en la estación de trenes de Warrington. Es posible que la ola moral contra los besos muera en esas orillas o que se convierta un tsunami que llegué hasta las puertas de esta ciudad, a veces, tan copiona de los malos gustos.
No más besos en las “combis” donde se viaja tan tentadoramente apretaditos. Se acabaron los besos casi orgásmicos en los ángulos discretos de las esquinas. No más contactos labiales desenfrenados en los taxis de los viernes por la noche. Se acabó ¡Por una ciudad sin besos!
Sin embargo, mientras esperamos con ansiedad, la llegada de normas tan trascendentes para el desarrollo urbano, transcribo una nota del Kamasutra en donde se describe tres clases de besos, como para comenzar a extrañarlos.
a. EL NOMINAL, en el que los labios apenas se tocan.
b. EL PALPITANTE, en el que se mueve el labio inferior, pero no el superior.
c. EL DE TOCAMIENTO, en el que participan labios y lengua.
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