Después de veintitrés años, un escritor francés vuelve a ganar el Premio Nobel de Literatura. El último fue Claude Simon en 1985. El nombre de
Jean Marie Le Clézio, no estaba entre los más voceados, pero no es la primera vez que esto sucede en la entrega del Nobel.
Con más de cincuenta obras publicadas, y un premio francés tan importante como el Renaudot a los 23 años, la Academia decidió otorgarle la distinción por considerarlo «un escritor de la ruptura, de la aventura poética y del éxtasis sensual» y «explorador de la humanidad, dentro y fuera de la civilización dominante«. También destacó del autor que – partiendo de los últimos estertores del existencialismo y del ‘nouveau roman’ – ha conseguido «rescatar las palabras del estado degenerado del lenguaje cotidiano y devolverles la fuerza para invocar una realidad existencial».
El flamante ganador, nacido en 1940, se crió en el seno de dos idiomas (el inglés paterno y el francés materno). Finalmente, eligió el francés para expresar por escrito su inconformidad con asuntos sociales como la colonización de la isla Mauricio por los ingleses.
Leo en otras notas que aparecen a raudales en los cables que Le Clézio adquirió rápidamente la consideración del mundo de la literatura y el entusiasmo de sus lectores cada vez más numerosos. Ha publicado más de cincuenta libros, entre novelas, ensayos, dos traducciones de mitología india, así como innumerables prólogos y artículos, sin descartar algunas contribuciones a obras colectivas. El escritor francés busca – según sus declaraciones antes de ganar el Nobel – transcribir las experiencias internas y externas a la manera de un sismógrafo y así tratar de descifrar lo que caracteriza el comportamiento humano. La escritura supera la palabra oral porque logra una esquematización, como un dibujo de letras. «
Tenemos acceso a la realidad a través del lenguaje que lo contiene todo, que es rotundamente la realidad. Las palabras son transparentes, nos ayudan a entender y a percibir más claramente el mundo«. «
En la calle, todo me parece escrito. La ciudad es una arquitectura a escritura«.
«Escribir, dice en otra parte,
consiste en encontrar una base de vida en la sociedad occidental «huérfana de sus mitos» y considera que la ficción coherente es la mejor manera de conseguirlo. Su denuncia de la confusión, de la angustia y del temor de la gran ciudad occidental, presente en sus primeros escritos, dieron paso poco a poco a una escritura más centrada en la experiencia íntima de sus personajes, como la historia de un chico que va en busca de su padre por África, la historia de los emigrantes judíos, las aventuras de su abuelo materno o su propia infancia, como en una de sus novelas más trascendentes: “
El africano”.
Por otro lado, el desdén contra el ganador arrancó muy temprano y el escritor y crítico
Camilo Marks, desde Chile, considera al ganador como “
una lata”, “
como todos los escritores franceses del noveau roman y de esa época«. Sostuvo que, tras leer libros como «
El diluvio» y «
El éxtasis material«, ve «
poco argumento» y «
una visión de personas desarraigadas que están alienadas en una sociedad mecanizada o muy urbana y consumista, entonces se refugia en la textura de lo místico«. «
Se fija en la tipografía, cambia las letras, el tamaño, incluso la textura de las páginas es distinta, por ahí va la cosa«.
Bueno, Camilo Marks ya no nos sorprende. Lo recordamos mucho por su ojeriza gratuita contra el escritor Daniel Alarcón. Aquí una perla más de los exabruptos de Marks. Consultado por los escasos lectores del francés en Chile, retrucó que «
en ese país no es conocido nadie porque en Chile no se lee; aquí el libro no está en vías de extinción, sino que se extinguió, se acabó«.
Y con respecto al premio Nobel en sí, agrega: «
Es un premio que no tiene ninguna importancia, siempre es noticia, como el Oscar; pero si tú revisas los 110 Nobel, te das cuenta que hay 80 escritores, como (el polaco Henryk) Sienkiewicz, (el sueco Eyvind) Johnson, (el italiano Grazia) Deledda», que no merecían el premio».