Preocupaciones en torno a pensar y escribir
Carlos Francia
Licenciado en Ciencias de la Educación Uruguay
Mi pensamiento es desordenado, quiero decir: corriente. A cada paso, entre ideas, se anteponen razonamientos que engendran también sus paréntesis (¡largos paréntesis!, protestan mis amigos). Esta patología continúa, potencialmente, hasta el infinito, agotando mis esfuerzos de escritor. Creo que el problema es común.
No es escepticismo pesimista comprender que no podemos salir del prólogo de una idea, avanzar a pasos firmes en el devenir del pensamiento, en la corriente del pensamiento, sino a manos de algunos ejercicios lógicos que estructuran, antes de comenzar, lo que deseamos comunicar; es decir: lo que hemos pensado entre tantas disgregaciones, entre tantas idas y vueltas a una idea. Lo que sucede, lo que yo siento que me sucede, al avanzar en mi escritura, si la pereza no me tira al sillón, es que comienzo a abandonar la razón y, paulatinamente, mi ser discurre entre los asuntos que conciernen al sentimiento (siempre caótico), no a la razón.
Sucede, en realidad, que me escurro; no es que incurro o discurro por razonamientos intrincados, aunque podría aceptarlo. Un ejemplo: supongamos que deseo hablar sobre educación. Establezco un orden, quiero decir, pienso y comienzo a desarrollar una idea, a esta idea sigue otra, y después otra, y otra, hasta construir un tapiz sobre el cual he ubicado, en orden descendente, los pensamientos que ha suscitado el problema educación. Así, lo que construyo es una trama de pensamiento que sostiene mi sentir. Pero me siento apretado, ahogado por la trama.
En cambio, sucede diferente cuando simplemente intento escribir, quiero decir: decir simplemente. Siento que la trama que debe sostener con rigurosidad un tema, para poder ser comunicado académicamente, no es importante; es más, considero que esa trama limita las posibilidades de profundizar mis ideas; entonces me escurro; no discurro, me escurro entre una trama abierta, me caigo entre su cuadrícula y me escurro. Además (general), cuando miro ese montón de lodo que queda debajo de la trama entre la que me escurrí, siento no estar conforme y pienso: así es imposible pensar; pensar es generalizar, es dar formas comprensibles. Entonces comienzo a creer que debo armar una figura con ese lodo; darle forma a mi ser escurrido (monstruos lógicos que esculpo en la tarea).
El problema es qué hacer: ¿aceptar la rigurosidad de la trama que me impone un sistema de razonamiento arbitrario y construir esculturas correctas pero vacías; dejar los montones incomprensibles del lodo de mi ser escurrido; o construir monstruos, esculturas incorrectas pero llenas de mi ser amorfo?
Por un lado, no se puede pensar sin un sistema que impida que nuestro ser se escurra por completo y la comunicación se torne imposible; por otro, no se puede avanzar hacia la libertad de pensamiento sin modificar esa trama por la cual se escurre nuestro ser cuando pensamos y comunicamos, y que convierte al ser escurrido en una escultura comprensible y nuestra. Este problema, que ha nacido del lodo de mi ser escurrido, es un problema que concierne a las reflexiones sobre educación: el problema de la socialización o pensamiento común y el problema de la libertad o pensamiento autónomo. Pero no quiero hablar de eso; lo que quiero es pensar sobre la libertad de pensar sin dejar a un lado mis percepciones con respecto a la temperatura y las estaciones, con respecto al sol afuera…