Manuel Arboccó de los Heros.
Psicólogo clínico y psicoterapeuta. Con formación psicoterapéutica en Análisis Transaccional y en Logoterapia. Magister en Psicología. Docente universitario de pre y post grado en prestigiosas casas de estudio, co>n más de 15 años en el campo de la docencia. Articulista del Diario Oficial El Peruano desde el año 2014 hasta la actualidad (Artículos sobre Psicología, Psicoterapia, Educación, Cine y Sociedad).Miembro de la Asociación Peruana de Psicología Fenomenológico-Existencial (APPFE) y de la Asociación Latinoamericana de Psicoterapia Existencial (ALPE). Miembro del Colegio de Psicólogos del Perú.
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Leer es una actividad mental exclusivamente humana que, sin embargo, no es innata. No nacemos con la habilidad para hacerlo, debe ser pues aprendida. Otras condiciones humanas sí son innatas, como sentir hambre, estornudar, moverse, miccionar o tener frío. Pero con la lectura -como con la escritura y otros hábitos- pasa que se espera pueda ser enseñada a los pequeños, desde el momento en que los estudios evolutivos cognitivos precisan que ya estamos aptos para poder aprenderla, y esto es alrededor de los 5 a 6 años.
Ahora no todas las personas leen en sentido estricto. Pronunciar las palabras escritas en una página es un primer nivel de lectura, esto es poder identificar palabras con algún significado. Pero entender cabalmente lo que ese conjunto de palabras o textos quiere decir y representan, es un segundo nivel de lectura y no mucha gente llega a este nivel, son pues, analfabetas funcionales. Precisemos, un analfabeto tradicionalmente es aquella persona que no sabe leer ni escribir, pero un analfabeto funcional es aquella persona que no logra leer cierta información medianamente compleja o entender un lenguaje metafórico como el poético o no puede escribir algunos textos que vayan más allá de una simple nota doméstica, no pueden leer más allá del diario popular. Por eso cuando se dice muy fácilmente, “lo que deben hacer es leer más” o “bríndale libros a tu hijo para que lea” olvidan – quienes eso dicen – que los textos están clasificados, deben ser dosificados, y hay temáticas, y no se trata de coger cualquier texto porque sí. Incuso hay lecturas densas, técnicas y muy precisas para un público muy particular o especialistas.
Para formar lectores necesitamos maneras de crianza que involucren el aspecto cultural desde la más tierna infancia. El papel de la lectura y el estudio –así como las artes- en la formación personal ya ha sido investigado por los psicopedagogos y están documentados los efectos positivos y a largo plazo que brindan en los seres humanos. Ese niño que se acerca positivamente al libro seguirá con él luego, ya de mayor, y estimulará constantemente su cerebro con palabras, historias e ideas. El lingüista y profesor universitario Luis Jaime Cisneros (1921-2011) decía que “el único mérito que puedo reclamar como mío es la lectura. Crecí en una casa llena de libros y de voces de esos mismos libros surgidas. Cada vez que mi padre nos leía, antes o después del almuerzo, párrafos del Quijote, los libros eran buen anticipo de los alimentos”.
En las aulas vemos adolescentes con dificultades para leer, que prácticamente ya no escriben pero son diestros en el manejo de sus pulgares y los equipos electrónicos, con argumentos falaces y rudimentarios a la hora de defender una posición, pegados todo el día a unos audífonos escuchando alguna canción simplona y con serias dificultades para concentrarse sin ellos y hasta para hacer algún mínimo cálculo mental. Todo esto requiere exigir a nuestro cerebro y si no lo habituamos desde chicos probablemente ya de grandes será casi imposible. Si esto lo observamos en las aulas universitarias ¿qué pasará en quienes no se han insertado en el mundo académico? El maestro Jorge Luis Borges decía: “De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo… Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria”. Tengámoslo presente.
La lectura es un pasatiempo enriquecedor, que de hacerse un hábito puede convertirse en un escudo protector, de alguno de los males de la sociedad. Es una vacuna contra la estupidez, la chabacanería y el miedo. En este refugio dejo volar mi imaginación, potencio mi concentración, estimulo mi pensamiento y mis capacidades lingüísticas, además de mi inteligencia general y mi nivel de conocimientos.