Una grata sorpresa encontrar este retrato del escritor Juan Carlos Onetti. Es decir, por lo general, muchos nos habíamos creado una imagen un tanto ácida y huraña del escritor uruguayo. Por un lado, sus novelas y cuentos dejaban entrever la apreciación acerba del escritor con relación a su entorno. Por otro lado, su propia conducta, al parecer algo reacia con sus seguidores, su aislamiento en los años finales de su vida, y, por qué no, el escaso paquete de fotografías suyas que estimularon la leyenda de un escritor arisco, por lo menos, para quienes no tuvimos el privilegio de conocerlo en persona.
Bueno, ahora me entero que Hermenegildo Sábat acaba de publicar en un libro veintidós retratos que el autor ha definido como «una interpretación gráfica de Juan Carlos Onetti». Lo que un dibujante vio en los ojos de un escritor.
Da escalofrío, pero un escalofrío especial, un regocijo, mirar estos retratos que Sábat hace de Juan Carlos Onetti. Aquí no funciona sólo el retrato: hay un hombre que mira a otro, y del encuentro de ambas miradas nace un coloquio que el lector percibe como el más cálido abrazo del que está hacia el que ya se despidió mirando. Y da regocijo, en primer lugar, porque este de Sábat es también el Onetti que uno habría soñado encontrar en los años en que el autor de El pozo no era aún, técnicamente, un pesimista militante. Y es, también, el Onetti verdadero, il vero Onetti, que diría su hijo Jorge. Dice Omar Prego Gadea –que sabe tanto de esa mirada– que el título que Menchi Sábat ha puesto a su libro es uno de los grandes aciertos. Es verdad; aparte de los dibujos, que son magistrales, ese subrayado le va a Onetti como si él estuviera escribiendo la autobiografía de su mirada
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