Por Jorge Bar (Pasajero Invisible)
Me detuve en la autopista y comencé a mover mi brazo solicitando un aventón. El sol se mostraba fiero, pasaban pocos autos y la tarea parecía complicada, sin embargo, paciencia siempre me ha sobrado. Afortunadamente, luego de unos minutos, un autobús se detuvo y accedió a llevarme al siguiente pueblo. Agradecí al chofer y metí mis maletas y mi guitarra como pude ante las miradas escrutadoras y curiosas de los demás viajeros. Me senté en los últimos asientos y me quedé observando la vegetación que reinaba en la ruta. Qué bello es Brasil, pensé. Un sujeto que estaba sentado cerca de mí, me preguntó de dónde venía y hacia donde iba. No pudo creerme cuando le dije que no sabía el nombre de la última ciudad en la que había estado ni tampoco hacia dónde iba. Le parecía imposible de creer que alguien coja sus cosas y simplemente quiera conocer nuevos lugares sin un plan concreto. Desestimó mis palabras con un gesto de desdén y terminó la conversación.
Me coloqué mis audífonos y me puse a escuchar una vieja canción, tan hermosa como la persona que me la dedicó. Volví hacia la ventana y me fasciné mirando la belleza del paisaje: ríos, árboles gigantescos y decenas de imágenes sorprendentes que alegraban mi alma. A lo lejos, una cascada me regaló la razón de una sonrisa. La música se había apoderado de mí y vibraba en cada fibra de mi cuerpo. El paisaje servía de contexto para la felicidad. Me sentía pleno. Cuando la canción alcanzaba su punto más sensible no logré contener tanta emoción y un par de lágrimas rebeldes escaparon de mis ojos. El sujeto de mi derecha, me miró con desgano y me preguntó por qué lloraba.
«Lloro porque me siento lleno de vida y la vida misma me lo pide así, porque tengo miedo, estoy solo, no sé a dónde voy ni de dónde vengo pero no me importa, mi curiosidad es más grande que mis temores y eso me alegra y me basta. Siento un volcán de emociones que me atiborran y me gobiernan. Quizá sepa poco del futuro que me depara pero no me interesa. Mi guitarra y mi fuerza van a donde quieren ir. Siento que soy fuego y el camino es una mecha caliente, a donde llegue, todo explotará. Y lloro también porque esta canción es hermosa, estremece mis sentidos y me hace viajar en el tiempo hacia mi familia, hacia mis amigos y hacia lo que será mi futuro retorno. Me emociona imaginar los abrazos que les daré a cada una de las personas que me esperan y que tanto amo. Aquellos que no pudieron estar aquí y por los que hago este viaje lleno de pasión e incertidumbre. Que nunca estuvieron lejos porque siempre estuvieron dentro de mi corazón y mis pensamientos. Lloro porque soy un hombre apasionado y quiero vivirlo todo y todo intensamente. Porque me hago valiente con mis miedos. Y lloro porque simplemente no tengo miedo de hacerlo». Mientras le decía todo esto, sentía que mi corazón era el que hablaba, que mis emociones se vertían sinceras con cada palabra. Mi alma estaba sensiblemente conmovida, desbordada y las razones eran difusas.
Nuevamente me miró con desdén y le añadió algo de desagrado a su mirada. Hizo una mueca de desinterés, cogió su celular y volvió a lo suyo. Nada de lo que le dije tenía sentido para él. Simplemente no me entendía. No podía sentir lo que yo sentía. Le resultaba imposible ponerse en mi lugar. Como dice Jodorowski, los pájaros que nacen en jaulas, creen que volar es una enfermedad.
Me bajé diez minutos después. Había llegado a un pequeño pueblo de pescadores. Me sentí bendecido.