Como una interesante reminiscencia de lo que fue el
8° Festival Literario Internacional de Paraty, en muchos espacios virtuales y periódicos aún se sigue charlando sobre la confrontación entre los libros virtuales y los libros físicos. No es que el tema sea tan original, aunque tampoco está, ni de lejos, concluido.
En la página virtual de
Castellano.org encuentro algunas ideas que se expusieron durante el Festival. Por ejemplo, aquella presunción de que el perfeccionamiento y la divulgación de la tecnología estarían llevando al mundo de los libros a una nueva era, la del surgimiento de la cuarta pantalla, que sigue a la televisión, la computadora y el teléfono móvil. Para Robert Darnton, historiador y director de la biblioteca de Harvard, hay que aceptar ese inevitable hecho y, mejor aún, aceptar que los libros digitales y convencionales pueden convivir pacíficamente.
—La radio no mató a los periódicos, la televisión no mató a la radio. Es claro que el futuro es digital, pero el libro no murió y no lo tiene previsto. Este año se publicará un millón de libros en todo el mundo, sólo estamos pasando por una transición con la aparición de un nuevo modelo de mercado.
En otro momento de la conversación, ante la idea de que en el mercado de los libros haya una crisis similar a la que viene afectando al ramo de la música, con la reducción de hasta un 70% en la venta de CD en los últimos años. Se argumentó:
—Hay una diferencia entre la música y los libros. Con la era digital, el consumidor vio que era posible comprar sólo una canción, pero nadie va a entrar a una librería a comprar sólo un capítulo de un libro. Uno puede tener 35.000 canciones en un iPod, pero no tiene sentido tener 35 000 libros en un lector electrónico, explicó el invitado, quien además de editor s propietario de una pequeña librería independiente en Inglaterra. A diferencia del caso de la música, la impresión ilegal no afecta las ventas de libros.
Los invito a leer el artículo completo en
Castellano.org. Por mi parte, concuerdo con lo que ha de ser inevitable y, con fondo de bolero afirmo que nada es para siempre. No obstante, mientras la palabra siga vigente como ese sistema de signos que nos permite articular nuestro pasado, comprender nuestro presente, presumir nuestro futuro y, más aún, construir esos mundos paralelos que nos permite la literatura, ciertamente no importa mucho el formato, solo es cuestión de aceptar que los tiempos cambian y subirse al tren, más tarde o más temprano.