Muchos pensamos que las ideas – de cualquier tipo – cuando se convierten en dogmas derivan invitablemente en fundamentalismos nocivos tanto para las persona como para la sociedad. Los dogmas anulan la capacidad crítica y llevan al hombre por los caminos peligrosos de la intolerancia y no paran hasta el crimen individual o el genocidio. En esos casos, vocablos como revolución, subversión, terrorismo, guerrillas se combinan a la fuerza en un sinsentido apocalíptico. En el Perú, esa experiencia está todavía tan fresca que, posiblemente, aun no hemos logrado tomar suficiente distancia de ella como para sacar un buena lección.
Ahora se afirma que el camino que puede llevar a las sociedades contemporáneas a un estado de justicia ya no pasa por los movimientos ideológicos violentistas. La historia contemporánea nos demuestra que esos intentos han fracasado luego de dejar una estela sangrienta de destrucción y muerte, nos lo enrostran las estadísticas y los resúmenes históricos. Sin embargo, hay quienes aun guardan secretamente, la convicción de que ese el camino para la justicia social. ¿Qué tan posible sería eso?
Me entero a través de las
Notas Moleskine de Ivan Thays que el filosofo esloveno Slavoj Zizek le ha dado en la yema del gusto a todos aquellos que aun aceptan la eficacia de la violencia para hallar la justicia social. Éste ha publicado un libro que reivindica las grandes revoluciones como la francesa, la bolchevique o la cultural de Mao, y sostiene que, si acabaron en otras tantas monstruosidades, fue porque sus protagonistas se quedaron a medio camino y no sacaron todas las consecuencias que ofrecían en su inicio.
En la revista Ñ se dan más datos como que Slavoj Zizek ha sido calificado como el prototipo del filósofo posmoderno y el último representante en la Tierra de Jacques Lacan, el fallecido psicoanalista francés, a quien no se cansa de citar en todos sus libros.
Zizek es un pensador provocador donde los haya, y su última provocación es el libro que acaba de publicar la editorial británica Verso bajo el título de «En defensa de las causas perdidas». Se trata de una diatriba de más de 500 páginas contra todos aquellos que sostienen que con el fracaso estrepitoso del comunismo ha tocado a su fin la «era de las grandes soluciones» y hay que resignarse al libre mercado, aunque sea atemperado por las llamadas «terceras vías» como el Nuevo Laborismo británico.
Según Zizek, todos esos momentos revolucionarios, desde el jacobinismo hasta el leninismo y aun el estalinismo, encerraban un momento liberador, un «exceso» que, lejos de quedar definitivamente abolido, sigue rondando la imaginación como un sueño que espera su eventual realización. El problema, argumenta Zizek sin temor a escandalizar a sus lectores, es que esos intentos revolucionarios no fueron lo suficientemente radicales, pues de otro modo no habrían necesitado el terror físico para imponerse y no habrían degenerado en otros tantos totalitarismos.»El futuro al que deberíamos ser fieles es el futuro del propio pasado», escribe ese maestro de la paradoja, quien cita una frase muy significativa del premio Nobel irlandés Samuel Beckett (en su obra Worstward Ho): «Inténtalo otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor.
Nada más y nada menos.
FOTO extraída de la revista La Ñ