TODO IDIOMA CAMBIA DE PIEL
Por David Hidalgo Vega
Una radiografía del vocabulario nacional delataría nuestra blandura de lengua: en los poblados de la sierra norte, se dice ashutúrate para pedir que una persona se ponga en cuclillas; cuando la humedad de la noche deja empapado el terreno, los cajamarquinos dicen que ha habido bastante shulana; en las calles cálidas de Iquitos, los ciudadanos honestos se cuidan de que los ladrones les puedan shicapear algún objeto personal; y en cierta zona de la costa, las ollas de los fogones son removidas con un umashe, que es un palillo para controlar la cocción de la chicha de jora. «La lengua tiene su propio vivir dentro de cada uno de nosotros«, dijo años atrás Fernando Lázaro Carreter en la sede de la Real Academia Española. El documental «Los castellanos del Perú» (Pro Educa/GTZ, 2004) confirma en imágenes la sentencia del célebre lingüista. Allí se da cuenta de palabras, expresiones y entonaciones que enriquecen nuestra manera de hablar. Exuberancia verbal que vale meditar por el Día del Idioma en un país con tanto orgullo de paladar.
En el recorrido para captar el lenguaje popular, los autores del documental registraron una entidad que se define entre millones de labios. Una mujer cuenta de un episodio familiar y dice: «La mamá viene, ahora te va a pegarte«. Otra señora explica los tropiezos de su negocio: «Pensábanos que el pan iba a quedar flaquito«. Un hombre habla de sus parentescos: «Mi hermana tiene una su ahijada de bautizo«. El criterio dominante señala que todos cometieron errores. Para otros especialistas es simplemente la diferencia entre las formas locales de hablar y la lengua estándar. «La variedad estándar de una lengua es la que es elegida como la de mayor prestigio por los grupos dominantes«, refiere Jorge Pérez Silva, catedrático de la Universidad Católica y uno de los tres responsables del guion.
«Lo que es afrentoso para unos es normal y conveniente para otros«, decía Lázaro Carreter. En el uso corriente, esa diferencia ha dado pie a la discriminación. «Al decir que una forma es incorrecta se disfraza el desprecio hacia la persona que la usa. Dominar la variedad estándar da un estatus social determinado, pero no la hace superior a las variedades no estándares. Simplemente es una herramienta«, insiste Pérez Silva. Quiere decir que facilita la comunicación entre personas con acceso a la misma variedad. Por ejemplo, dos individuos que hayan recibido educación superior en Lima y Bogotá, respectivamente, tendrán más facilidad de entenderse entre sí que dos personas de las mismas ciudades que hablan las variedades de sus respectivos ambientes.
La fricción enriquece, cabría decir. Los lingüistas llaman a esto ‘variedades adquisicionales’. Son las palabras que van alimentando el lenguaje, como las que proceden del quechua. A este rubro corresponden expresiones como los conocidos calato o pucho, pero también otras que suelen pasar más desapercibidas, como el coloquial «había sido» que empleamos para mostrar sorpresa por un detalle recién advertido. Los guardianes del idioma, que se reúnen en las academias de la lengua, evalúan su incorporación a la variante estándar según el uso popular, pero sobre todo en la literatura y los medios de comunicación.
Algo más. Incluso la lengua estándar no está ajena a las marejadas de los tiempos. «En mi juventud era muy popular el ambigú adonde tomar un refresco en los descansos del cine; es palabra ya abolida por los hablantes – escribió el citado Fernando Lázaro Carreter – . El fútbol mismo ofrece muestras claras de hispanizaciones que los hablantes han realizado sabiamente, sin intervención académica alguna; han expulsado del uso off-side, que, en España al menos, se transformó en orsay, el cual por fin fue sustituido por fuera de juego; incluso se va prefiriendo decir saque de esquina a córner».
En otros casos, son las academias las que intervienen para regular los nuevos usos. Las palabras nunca son tan críticas como cuando están escritas. Un ejemplo de ajuste es el libro «Ortografía de la lengua española«, publicado por la Real Academia en 1999.
La incertidumbre es la sombra del idioma. Por eso en el año 2005 la RAE publicó el «Diccionario panhispánico de dudas«, destinado a los interesados en «mejorar su conocimiento y dominio de la lengua española«. Alguien podría pensar que el panorama quedó despejado, pero la inclusión de palabras como cederrón por CD-ROM o bluyín por blue jean han dejado zonas a media luz. Solo el uso cotidiano terminará por aclararlas. Nadie rige tanto un idioma como el pueblo que lo pronuncia.