Si quieres conservar a tus amigos, me aconsejaron alguna vez, no discutas sobre fútbol, religión y política. Te va a ser muy difícil mantener la calma, la razón – y encima la amistad – cuando los temas en cuestión están aderezados con el picante de la pasión y con casi nada de cordura.
Fue un bienintencionado consejo que – como otros tantos recibidos en la juventud – no acaté. Así que, por muchos años, me metí al ruedo del debate y di muchos golpes verbales (y de los otros también), tantos como los que recibí. Y efectivamente, perdí amigos y fui sancionado con tarjeta roja de varios círculos, clubes y logias de examigos que no concebían relacionarse con alguien no compartiera sus ideas. Confieso que me afectaron algunas pérdidas amicales, y lo sigo lamentando; pero también están de las otras amistades que, francamente, no extraño para nada.
Quiero a mis amigos, no se los digo mucho, pero se los demuestro cada vez que puedo, aunque sea con un pequeño gesto. Pero a estas alturas debo mencionar que no siempre estoy de acuerdo con sus ideas. Sin embargo, ya hemos cruzado los necesarios puentes en la vida para saber que nuestra amistad vale mucho más que nuestras discrepancias. Por lo tanto, hemos aprendido a debatir con la debida separación entre el aprecio por la persona y la discrepancia con algunas de nuestras ideas.
Por supuesto que hay asuntos de mayor trascendencia, que los que mencioné al comienzo, con los cuales no podría conciliar: valores éticos que van más allá de la coyuntura pasajera y, a veces, hasta frívola en la que a veces nos embrollamos. Allí no hay ni siquiera negociación. Pero, por favor, entre matarse por asuntos cuya valoración va cambiando con la coyuntura, nones: ni de vainas.
Ahora bien, a estas alturas de la presente nota, debe haber alguno removiéndose en su asiento, con ganas de pontificar sobre la ligereza mía de banalizar o simplificar asuntos trascendentes como la política, cuestión que podría afectar nuestro futuro. Puede ser, pero a lo largo del ajedrez de la historia, se han desangrado los peones, empero los alfiles y la realeza muy poco.
Sin embargo, a donde iba con esta nota era a remarcar que las amistades y la valoración de las personas no pueden estar supeditadas a la conciliación de las ideas. Estas, las ideas (a falta de otro nombre respetable) estarán sujetas siempre a una constante revisión en el marco de la historia; en cambio, el aprecio de los seres queridos dura lo que dure nuestra corta existencia.
Amigo mío, es posible que nunca estemos de acuerdo, pero algo es seguro: nuestra amistad estará por encima de la coyuntura.