Hace algunas semanas, luego de terminar de leer «Le dedico mi silencio» (Edit. Alfaguara-2023), la reciente de Mario Vargas Llosa, cerré el libro con nostalgia por el anuncio del autor de que esa sería su última novela. También anunciaba que estaba redactando un ensayo sobre Jean Paul Sartre su última publicación ensayística. De esta manera, señalaba su retiro de la escritura luego da más de sesenta años de dedicación total.
«Le dedico mi silencio» narra la vida de Toño Azpilcueta, un desventurado cronista que va por la vida escribiendo relegados comentarios sobre la música criolla. De pronto, su mediocre existencia encuentra un nuevo destino al escuchar el extraordinario talento musical de Lalo Molfino. Queda boquiabierto con el hechizo de aquel guitarrista a quien va a considerar, desde ese momento, el mejor de todos. La vida de Toño Azpilcueta encuentra entonces una tarea vital. Escribir la biografía del enigmático guitarrista de quien nadie sabe nada y que, para ahondar en el misterio, ha muerto joven, tuberculoso y en la miseria. Mientras la novela avanza, las vertientes de la historia se van acercando hacia el mismo gran caudal. Poco a poco, se develan coincidencias entre la dura vida del biografiado, Lalo Molfino, y las desventuras del cronista.
Pero, como tenía que ser en toda obra de Vargas Llosa, la novela va mucho más allá. No es solo la historia de un hombre que se asigna la tarea de inmortalizar en palabras la vida de un talentoso guitarrista menospreciado. Mientras se desarrolla la trama, se percibe la obsesión de un Azpilcueta que imagina un país unido por la música. En ese sentido, reaparece uno de los grandes temas en la obra de Vargas Llosa: las utopías. Porque eso lo que persigue Toño Azpilcueta en última instancia: la utopía de generar, a través del arte, una idea de país. Comprometido con ambas tareas y anonadado por sus propios demonios, el personaje se pierde en la vorágine de sus pasiones.
Contada en contrapunto, es decir, desde dos planos y momentos, técnica hábilmente manejada por el autor, la novela trasluce una redefinición, a modo de ensayo, sobre lo que se entendía como huachafo (o cursi, según el diccionario). Término largamente usado en modo despectivo para describir un modo de ser en lo peruano, si acaso no en lo latinoamericano; pero que con el devenir del tiempo más bien ahora describe un estilo y un modo cultural bien definido. Cada quien, a su modo, tiene su retinte huachafo instalado y bien aceptado.
En fin, por lo que leo, entre los muchos comentarios y reseñas entiendo que Vargas Llosa llega al final de su aventura literaria incitando las rencillas inquebrantables de sus detractores y el aplauso de quienes respetan su obra. Y bueno, si hay que definir una posición en este punto, me ubico entre quienes consideran al autor como uno de los más importantes escritores contemporáneos. Para muchos, la significación de su obra ha señalado una pauta para entender la literatura de un modo disciplinado, dedicado y pasional. Es muy probable que, a partir de esa experiencia, luego, cada quien, asuma un modo de entender la novelística o de escribirla.
Pero como sea, debe ser difícil negar la influencia de la obra vargallosiana en el modo de asumir la literatura, ya sea como lector o como escritor. Aun cuando muchas cosas hayan cambiado en el panorama desde aquellas propuestas innovadoras del boom de la literatura latinoamericana, personajes como el Poeta de La ciudad y los perros, el conflictuado Zavalita de Conversación en la Catedral, el sargento Lituma de la Casa Verde, el desconcertado Alejandro Mayta, el iluso Roger Cassement del Sueño del Celta, el alucinado Antonio Conselheiro de la Guerra del fin del mundo han servido como punto de referencia para lo que vino después.
Y como todo tiene su final, la narrativa de Vargas Llosa se cierra con una buena novela, aun cuando, por allí, se diga que esperaban una mejor obra de despedida. Para nada, cada historia tiene un modo adecuado de ser contado. En este caso, la vida de Toño Azpilcueta y Lalo Molfino tenía que se ser contado así, en ese modo de vals, tan, tan, huachafo.