Con sinceridad, tuve que releer – y con cuidado – el
Tambor para de hojalata para llegar a entender, finalmente, que había abordado una novela universal. Claro que por aquellos tiempos trataba de leer novelas a intervalos, entre lecturas de otro tipo y tareas universitarias. De todas maneras, declaro que para mí fue una novela, inicialmente, de difícil lectura: solo hasta cogerle ritmo y aceptar las leyes que regían su particular dimensión.
Fue sólo después de una lectura apacible cuando entendí, como muchos, que la novela no podía titularse de otra manera, y que todos teenemos un armario en donde guardamos todos nuestros demonios, y de alguna manera los queremos esconder; sin embargo, cuando leemos o describimos personajes como Oscar, Agne, Jan, y Babra tenemos entonces la certeza que son muchos, pero no son como los de Oscar o como los de Agne.
Encuentro una nota en el
sección cultural de La República que da cuenta de las celebraciones por los cincuenta años de la publicación de la novela mayor de Günter Grass.
La primera novela de Günter Grass que, para muchos, cambio el rumbo de la literatura alemana de la postguerra, cumple su cincuentenario, celebrado con un acto en el Teatro Nacional de Lübeck.
Donde también se realizará la inauguración de una exposición titulada «Un libro escribe historia». Además la editorial Steidl ha sacado al mercado una edición conmemorativa del libro y una documentación de la historia sobre la acogida del mismo.
La exposición -que se realiza en la casa museo que lleva el nombre del escritor- se inauguró con una visita en la que Grass fue acompañado por el ex canciller Gerhard Schröder, el actor Mario Adorf y la escritora Julia Franck.
La idea de la muestra es documentar tanto el proceso de creación de «El tambor de hojalata» como su acogida posterior dentro y fuera de Alemania, que en su momento sorprendió al propio escritor.
Grass suele contar como en junio de 1959 los editores estadounidenses Kurt y Helen Wolff -que habían tenido acceso al manuscrito de «El tambor de hojalata»- lo citaron en un hotel de Zúrich y le preguntaron, para sorpresa del entonces joven escritor, si creía que su libro podía encontrar lectores en Estados Unidos.
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