Como ya dije en un post anterior – dentro del título «Apuntes sobre el cuento» -, en una de esas tardes de lectura dominical me encontré con este análisis hecho por el crítico Julio Ortega escrito como prólogo para el libro publicado por Petroperú como homenaje a los ganadores del Premio Cope 2006. En la primera parte de ese prólogo, Ortega da unos pincelazos generales sobre el propósito del cuento más una visión rápida y eficaz del cuento en Latinoamérica. En la segunda parte nos recuerda el decálogo del cuentista escrito por Horacio Quiroga, los que comenta desde la perspectiva contemporánea de cuento latinoamericano. En esta parte final, nos acerca a una propuesta sobre el la proyección del cuento peruano actual. De acuerdo en parte o no, me pareció importante compartirlo con quienes no hayan tenido la oportunidad de leerlo. Después de todo esa la razón de muchos blogs como el de este escribidor.
EL CUENTO CONTEMPORÁNEO PERUANO
…Lo que hoy nos impresiona de esta poética contemporánea es su noción del relato en busca de sí mismo, por medio de modelos, metas y procesos, cuya ambición intelectual es la forma realizada de un objeto artístico que exige menos que su perfección. Ésa es la conciencia formal que se hará plena en el relato de Borges, entre los «artificios» y las «ficciones». Lo otro es la postulación de universalidad: Quiroga no habla a nombre de la literatura nacional, ni siquiera de una literatura latinoamericana; lo hace a nombre del cuento, del arte de imaginarlo y del artificio de componerlo. Esa pasión es luminosa, esa vocación universal.
En el Perú, el cuento ha solido ser menos audaz y más afincado, seguramente porque la vida cotidiana peruana la hemos entendido por lo general como más enigmática y, no pocas veces, incluso ha optado por hacer creíble la fantástica urdiembre de una cotidianidad abismada por desigualdades y contradicciones absurdas. En José María Arguedas se trata de las varias naciones mutuamente heridas; en Julio Ramón Ribeyro, de la intrínseca melancolía, que entre la realidad y el deseo escamotea lo primero y rebaja lo segundo; en Alfredo Bryce Echenique, de la violencia interna que configura los posicionamientos sociales; en Fernando Ampuero, de los mundos superpuestos de hombres y mujeres, que conforman incluso dos lenguajes y hacen improbable una verdad común. Esta es la verdadera literatura fantástica nuestra. ¿Puede haber algo más fantástico que el personaje de Ribeyro que todos los días sale a buscar trabajo parándose en una esquina del jirón de la Unión? Hace lo mismo un personaje de Ampuero, y lo consigue : lo toman por cambista y es sumado a la mafia de la coca. Como en Bryce Echenique (y ya desde Felipe Guamán Poma de Ayala) el humor es la forma, sutil y extremada, de la melancolía.
Dudo que podamos seguir llamando «realista» a una narrativa que ha extenuado las posibilidades de vivir absurdamente. Como decía Nabokov de Madame Bovary: no es realista una novela en la cual durante 300 páginas el marido no se entera de que su mujer le pone cuernos. Hasta el motivo del suicidio (haberse endeudado comprándole telas a un vendedor implacable) hoy nos parece anacrónico; como dice Carlos Fuentes, hoy ella se endeudaría sin pena con su tarjeta de American Express. Nuestro realismo, en verdad, es una forma de sátira, y la ironía es su hipérbole. Nuestros cuentos son breves «novelas ejemplares» de la representación social de lo que pasa en la prosa emblemáticamente más que en la calle documentadamente. Quiero decir que la cuentística peruana suele hacer veraz lo inverosímil porque construye una representación de lo social como sintomatología. se ha llamado a veces «realismo político» a esta representación de la desigualdad social. Podría calificársela hoy como alegoría de la vida cotidiana antidemocrática; esto es, como sátira del malestar social, de la comunidad des-fundada.