Hay poetas cuya obra no envejece con el tiempo, sino, por el contrario se hacen más intensos. César Vallejo es uno de ellos. Desde mi modesto punto de vista, de apenas un lector básico de poemas, tengo la sensación constante de que la poesía de Vallejo siempre me está diciendo algo nuevo, como si siempre se estuviera reinventando.
Este fin de semana llegué al
Centro Cultural de la Católica luego de una larga peregrinación por las librerías que rodean el óvalo de Comandante Espinar en San Isidro, y me encontré con una grata muestra infográfica de la obra del poeta en la galería del segundo piso del Centro Cultural. Ampliaciones de sus borradores de trabajo, cuadernos con la escritura del poeta, de puño y letra, fotografías que ya había visto y otras que miré por primera vez. Fue una visita muy grata que no pude terminar porque casi me encebollo, aunque de una manera poco poética.
Ah Vallejo, qué acertado cuando escribiste: Que has venido temprano a otros asuntos y ya no estás / Es el rincón donde a tu lado, leí una noche, / entre tus tiernos puntos / un cuento de Daudet. Es el rincón amado / No lo equivoques.
O también, cómo decir de otra manera lo que tú escribiste tan certeramente: Todos saben que vivo, que soy malo; / y no saben del diciembre de ese enero. / Pues yo nací un día que Dios estuvo enfermo. Lo cierto es que me robo alguno de tus versos para llorar en paz alguna noche de junio porque, claro: Esta tarde en Lima llueve. Y yo recuerdo/ las cavernas crueles de mi ingratitud;/mi bloque de hielo sobre su amapola,/ más fuerte que su «No seas así!»