Cuelgo otra crónica de la ciudad para quien quiera leerla y criticarla
Fulano llegó temprano porque todavía seguía creyendo en aquello de la puntualidad. Entonces descubrió, ya sin mucha sorpresa, que los horarios especificados en un letrero grande y triste a la entrada del edificio gubernamental eran, como muchas otros horarios de otras muchas dependencias de este país, una promesa muerta y olvidada desde hacía mucho tiempo. Suspiró con un aire de resignación aburrida y se dispuso a esperar justo en el lugar donde otro letrero grande decía que había que esperar. Revisó sus papeles, sufrió un leve susto cuando supuso que había olvidado uno de ellos. Felizmente lo encontró. Volvió a verificar los datos del formulario N° 7,067 que le habían indicado llenar el día anterior luego de una espera extensa en una cola interminable. Felizmente había preguntado todo lo que debía preguntar y ahora estaba seguro del lugar, del papeleo y de todo lo demás. Se dispuso a esperar tranquilo porque todo estaba en su sitio. Claro, grave error de Fulano que, otra vez, caía en la misma trampa: creer. Desdobló su periódico, se acomodó los lentes bifocales e intentó una lectura ordenada de las noticias del día anterior. Sólo hacía falta esperar y la lectura era lo que más tranquilizaba su viejo espíritu de hombre culto de clase media. Suspiró. El edificio era plomizo, grande y, en la neblina de la mañana, parecía un anciano ancho y curvado, dormitando sentado. La lectura fue llenando los pensamientos de Fulano, momentáneamente olvidó su entorno.
A las nueve y cuarenta y cinco hubo un amago de movimiento detrás de los portones de fierro y, cuando Fulano levantó la mirada del periódico para ver como estaba el mundo, descubrió asombrado que una multitud se apelotonaba en las cercanías del portón sin ningún ánimo de guardar el orden y , peor aún, detrás de él, otro gran tumulto de personas había conformado una cola serpenteante, informe y desesperada. ¿En qué momento se había armado tal enredo?
Por un momento sintió una leve pena por quienes se hallaban tan lejos de alcanzar atención; aunque luego comprendió que más que pena, aquello era un secreto orgullo mal camuflado. Total, él estaba entre los primeros porque tomaba sus previsiones. Se había levantado temprano, había mal desayunado y había soportado estoicamente de pie hasta ese momento: tenía derecho de estar tranquilo y hasta feliz. Además todo lo que debía averiguar ya lo había hecho el día anterior en un ajetreo agotador. Esas eran las ventajas de ser responsable y organizado. En todo caso pensó que lo mejor era preocuparse por los que pretendían saltarse todo su sacrificio colándose a fuerza de esa viveza criolla que le gustaba muy poco. «En este mundo hay de todo», pensó, y luego sonrió impulsado por el orgullo de sentirse diferente.
Cuando el portón finalmente se abrió y los fierros de los cerrojos se callaron del todo, hubo un reacomodo de fuerzas que no dejó muy bien ubicado a Fulano quien, definitivamente ya no era el de años anteriores y, por lo tanto, no había podido correr ni empujar como lo hicieron con él. De todas maneras, su ubicación tampoco no era tan mala. Tal vez demoraría veinte minutos más de los calculado, pero igual, saldría temprano. Un formulario por aquí, una cola por allá y listo.
Un par de jovencitos encorbatados comenzó a distribuir a la gente en distintas colas según sus necesidades. Cuando llegaron a Fulano revisaron sus papeles, lo auscultaron casi con burla y antes de cualquier apelación, simplemente le dijeron que esa no era ni la oficina indicada ni aquel el formulario preciso. Más aún, le recomendaban regresar al día siguiente, eso si, a la hora, porque en esa entidad administrativa eran estrictos en todo y con todos.