Aparte de un respetada labor de periodista que lo ha llevado a la conducción de programas de opinión de gran aceptación, Raúl Tola desarrolla su vocación de escritor con la misma seriedad. En 1999 publicó Noche de cuervos, cuya versión en el cine – Bala perdida, dirigido por Aldo Salvini – mereció el Premio de la Prensa cinematográfica en el V Encuentro latinoamericano de Cine del Centro cultural de la Universidad Católica. En el año 2002 publicó Heridas Privadas, su segunda novela. En 2007 obtuvo una mención honrosa en el Primer Concurso Cuento Gastronómico Matalamanga por una versión de “La víspera”. Su más reciente trabajo, el libro de cuentos Toque de queda, confirma su calidad como escritor.
LA JAURÍA
Santiago los contempla taciturno. ¿Qué pensarán?, se pregunta: tan llenos de miedo que con sólo una mirada se los puede diferenciar. Ese hombre pequeño, por ejemplo, moreno, de pelo corto y trinchudo, que abraza con devoción un atado con su ropa y un tapete, es obvio, partirá para siempre. Pobre, se compadece Santiago, olvidando por un momento que él mismo pronto se sumará a la inmensa jauría de los migrantes.
Abrazas tu atado, Saúl, cargando tus miedos, con el sudor cayendo a chorros por tu cuello y tu espalda. Hay tanto a qué temer, piensas. ¿Estarás haciendo lo correcto? ¿Será la mejor decisión? Sí, carajo, te respondes, no hay nada que te una a esta tierra. No hay por qué albergar las mismas dudas de niño, cuando, muerta tu familia (mamita, papito, tus hermanitos menores), huiste de tu pueblo a la capital, montado en la tolva de un camión, entre carneros, perseguido por las sombras que habían entrado a casa muy temprano, a la hora que bajabas al río para recoger el agua, y habían abatido a todos por negarse a entregarles un saco de arroz. Sentiste su presencia muy cerca, persiguiéndote mientras el camión atravesaba trochas, esquivaba precipicios, devoraba kilómetros de carretera y, al final, entraba a la trama de pistas y casas en los cerros de Lima. No Saúl, te dices, si siendo un niño fuiste capaz de subsistir, solo, mendigando primero, y después trabajando donde fuera, cualquier aventura, como la que emprendes, será pan comido.
¿Qué pensarán?, Santiago le daba vueltas a la pregunta mientras los veía alinearse en la cola de migraciones, aguardando su turno frente a la ventanilla, con miedo de no recibir el sello de salida. Entregó su pasaporte abierto, y el funcionario apenas lo vio antes de estampar el salvoconducto rojo. Tenía tiempo, así que compró “El Comercio” junto a la sala de embarque y lo hojeó de principio a fin. Oyó el último llamado a abordar, dobló el diario, y se formó en la larga fila, que avanzó lenta. Mostró su boleto, entró al avión, ubicó su asiento, se acomodó, comprobó que llevaba una nota con el teléfono de su contacto en la billetera y ajustó su cinturón de seguridad. El despegue fue suave. Al rato un camarero le ofreció una bandeja con la comida y una botellita de vino.
Un viaje más…