Hoy en día en la mayoría de países (lamentablemente no en todos) la educación es un derecho que no distingue géneros; por lo tanto, si una mujer decide llevar una educación superior, tendrá que pasar los mismo procesos de admisión que sus compañeros hombres. Tendrá que atender las mismas clases, tomar los mismos exámenes, caminar en los mismos corredores, en fin, lo que quiero decir es que la experiencia universitaria es la misma para hombres y mujeres.
Sin embargo, no siempre fue así para nosotras las mujeres. La educación primaria, secundaria, pública y superior para las mujeres ha sido ganada a pulso; un camino que – a lo largo de la historia – miles de mujeres asfaltaron para nosotras. Ese ha sido el caso, por ejemplo, de Elizabeth Blackwell, que en el año de 1849 fue la primera mujer en recibirse en una escuela de medicina. Cuando Elizabeth decidió convertirse en doctora, profesión ejercida solamente por hombres, las escuelas tomaron su aplicación como un insulto o como una broma. Ella empezó su educación por su cuenta, leyendo libros de medicina mientras seguía postulando a innumerables escuelas de las cuales solo obtenía rechazos. Inclusive fue aconsejada que se disfrara de hombre para que pudiera ser aceptada. Tiempo después, luego de mucha persistencia, Blackwell obtuvo su carta de aceptación de la Geneva Medical College, en New York. Se dice que en realidad el decano pensó que aquella aplicación era una broma. Ciento cincuenta alumnos votaron por la aprobación de su ingreso, seguros de que era una broma que una mujer se presentara para ser doctora. Finalmente se dieron cuenta de que no era una broma cuando Blackwell piso el campus universitario por primera vez. Ella luego se mudó a Europa para concluir sus estudios y, aunque se enfrentó a fuertes críticas por parte de la sociedad (por ser mujer), ella jamás perdió el enfoque y se mantuvo concentrada en todo momento, superando adversidades hasta que, finalmente, logró convertirse en doctora.
La historia fue diferente para María Elena Maseras quien, en Septiembre de 1872, fue la primera mujer, en España, en pisar las aulas de la Facultad de Medicina. Se dice que ya algunas mujeres lo habían hecho, pero disfrazadas de hombres. Maseras fue aplaudida por sus compañeros al ingresar al aula vestida de mujer. Aunque concluyó su educación, no hay constancia de que se doctorase. Rendida después de tanto atropello burocrático, se dedicó a la enseñanza.
En Sudamérica, Isabel Le Brum logró, tras un esforzado trabajo, que el gobierno de Chile autorizara la educación superior para las mujeres, en el año de 1877. Fue así que Eloísa Días se convirtió en la primera mujer en ingresar a la escuela de medicina. La siguió Ernestina Pérez quien – aunque pareciera insólito en estos tiempos – para asistir a clase, debía acudir acompañada de su madre y ambas debían esconderse tras un biombo en clase de Anatomía.
El siguiente país en Sudamérica que aprobó la ley que permite la educación superior para las mujeres fue Brasil en 1879. Y en Perú, si se tiene curiosidad, este derecho se concretó en el año 1908.
En 1959, en Estados Unidos, Lois Graham fue la primera mujer en lograr un doctorado en, nada más y nada menos que Ingeniería Mecánica. Por si acaso, para quienes, por algún motivo piensen que Ingeniería es una carrera para hombres, están unos sesenta años atrasados.
Si alguno de los lectores es de estos países, en donde la educación para las mujeres es un derecho constitucional, téngase en cuenta que ese derecho no fue un logró alcanzado de la noche a la mañana: fue conseguido con el esfuerzo de valientes mujeres, lo lograron ellas mismas, y eso nos abrió camino a todas. Por lo menos, ahora, no se puede afirmar que las mujeres estamos en alguna clase de desventaja con respecto a los hombres en educación, al menos de manera legislativa no lo estamos.
He aquí una dato más que me gustaría compartir, para afirmar nuestra fortaleza y avances en educación superior. En los años ochenta (1982), Estados Unidos registró, por primera vez en la historia, que las mujeres superaban a los hombres en número de egresados (no de postulantes). Después de este hecho, los números se han ido moviendo en muchos otros países, dándole a la mujer mayor porcentaje de egresados por año.
Si bien es cierto que en muchas regiones y sectores socioeconómicos existe un pensamiento todavía machista que puede ocasionar como consecuencia que algunas mujeres se amedranten en la idea de alcanzar una educación superior. Quiero decirles – específicamente a ellas – que la historia nos ha demostrado que la única manera de superar esos prejuicios es con hechos. Esfuerzos como los de Elizabeth Blackwell quien, seguramente, tuvo miedo, en esos tiempos, de ser la única mujer entre cientos de hombres, pero lo hizo de todos modos, sin perder sus objetivos. Pues bien, ahora nosotras no perdamos nuestros objetivos y sigamos asfaltando el camino hacia la igualdad.