El escritor Alonso Cueto tradujo un fragmento del discurso del reciente ganador del Premio de Nóbel de Literatura. Traducción que salió publicada en el Dominical de El Comercio. Un discurso sentido y emotivo, pero que también sirve para conocer a un escritor bastante extraño para este sector del mundo.El escritor Alonso Cueto tradujo un fragmento del discurso del reciente ganador del Premio de Nóbel de Literatura. Traducción que salió publicada en el Dominical de El Comercio. Un discurso sentido y emotivo, pero que también sirve para conocer a un escritor bastante extraño para este sector del mundo.
«Un escritor es alguien que pasa años tratando de descubrir con paciencia al segundo ser dentro de él, y el mundo que lo hace ser quien es. Cuando hablo de escribir, la imagen que me viene primero a la mente no es una novela, un poema o una tradición literaria: es la persona que se encierra en un cuarto, se sienta frente a una mesa y, estando a solas, se vuelve hacia dentro de sí mismo. Entre sus sombras, descubre un nuevo mundo con palabras. Este hombre -o esta mujer-puede usar una máquina de escribir, o beneficiarse de la facilidad de una computadora, o usar una pluma en un papel, como lo hago yo. Pero todas estas diferencias surgen solo después de que la tarea crucial se ha completado, después de que se ha sentado frente a la mesa y con paciencia se ha vuelto hacia dentro de sí mismo. Escribir es convertir esa mirada interior en palabras, estudiar los mundos en los cuales entramos cuando nos retiramos dentro de nosotros mismos, y hacerlo con paciencia, obstinación y alegría.
Al sentarme en mi mesa, durante días, meses, años, agregando lentamente palabras dentro de páginas vacías, siento como si estuviera corporizando a esa otra persona dentro de mí, de la misma manera en la que uno puede construir un puente o un castillo, piedra por piedra. Al sostener las palabras en nuestras manos, como piedras, percibiendo los modos en los cuales cada una se conecta con las otras, mirándolas, a veces desde lejos, a veces desde muy cerca, acariciándolas con nuestros dedos y la puntas de nuestras plumas, sopesándolas, moviéndolas de un lado a otro, año tras año, con paciencia y con esperanza, creamos mundos nuevos.
El secreto del escritor no es la inspiración, pues no es muy claro de dónde ésta puede venir, sino la terquedad, la resistencia. La maravillosa expresión turca «cavar un pozo con una aguja» parece haber sido inventada teniendo a los escritores en mente. Entre las historias tradicionales, amo la paciencia que muestra la de Ferhat que excava a través de montañas en busca de su amor -y lo entiendo también. Cuando escribí en mi novela «Mi nombre es rojo» sobre los antiguos miniaturistas persas que dibujaban el mismo caballo con la misma pasión durante años y años, memorizando cada trazo, hasta que pudieran recrear el hermoso caballo con los ojos cerrados, sabía que estaba hablando sobre la profesión del escritor, y sobre mi propia vida. Si un escritor va a contar su propia historia -para contarla con lentitud, y como si fuera una historia sobre otra gente-, si va a conocer el poder de la historia surgir dentro de él, si va a sentarse en una mesa y entregarse a su arte, si va a hacer esta tarea, antes debe darse alguna esperanza. El ángel de la inspiración (que visita con regularidad a algunos y raramente llama a otros) favorece a los esperanzados y a los que confían, y es cuando un escritor se siente más solo, cuando se siente más en duda sobre sus esfuerzos, sus sueños, y el valor de su obra, cuando piensa que su historia es solo «su» historia, es en estos momentos cuando el ángel busca revelarle las imágenes y los sueños que van a construir su mundo. Si pienso en los libros a los cuales he dedicado mi vida, estoy muy sorprendido por esos momentos en los que siento como si las oraciones y las páginas que me han dado una felicidad extática vinieran no de mi propia imaginación sino de otro poder, que las ha encontrado y generosamente me las ha presentado.»
II
«La pregunta que los escritores nos hacemos con más frecuencia, la pregunta preferida es, ¿por qué escribes? Escribo porque tengo una necesidad innata de escribir. Escribo porque no puedo hacer trabajos normales como lo hacen otras personas. Escribo porque quiero leer libros como los que escribo. Escribo porque estoy molesto con todo el mundo. Escribo porque adoro sentarme en un cuarto todo el día escribiendo. Escribo porque puedo participar de la vida real solamente si la cambio. Escribo porque quiero que otros, que todo el mundo, sepan qué tipo de vida vivimos, y seguimos viviendo, en Estambul, en Turquía. Escribo porque adoro el olor del papel, la pluma, la tinta. Escribo porque creo en la literatura, en el arte de la novela, más de lo que creo en cualquier otra cosa. Escribo porque es un hábito, una pasión. Escribo porque tengo miedo de ser olvidado. Escribo porque me gusta la gloria y el interés que escribir conlleva. Escribo para estar solo. Quizá escribo porque espero entender por qué me siento tan, tan molesto con todos. Escribo porque me gusta ser leído. Escribo porque una vez que he empezado una novela, un ensayo, una página, quiero terminarla. Escribo porque todos esperan que escriba. Escribo porque tengo una convicción infantil en la inmortalidad de las bibliotecas, y en la manera como mis libros están en el estante. Escribo porque es emocionante convertir todas las bellezas y riquezas de la vida en palabras. Escribo no para escribir una historia sino para componer una historia. Escribo porque quiero escapar de la sensación anticipada de que hay un lugar al que debo ir pero al que -como en un sueño-, no logro llegar. Escribo porque nunca he conseguido ser feliz. Escribo para ser feliz».