Esta semana tuve la oportunidad de ver la puesta en escena de la obra de Mariana de Althaus, “El lenguaje de las sirenas”.
Desde hacía semanas – por no decir meses – que no podía asistir a una obra de teatro. En general, por las razones pedestres de siempre: los compromisos de trabajo.
En todo caso, eso no viene a cuento, sino que me he reencontrado con el teatro a través de un excelente trabajo del colectivo “Viaexpresa” y de una historiammagistralmente construida por Mariana de Althaus.
El constante problema de las complejas relaciones sociales entre los peruanos volvía a ser tratado,
pero desde una perspectiva original. En la obra, se nos presenta a la ciudad de Lima bajo la amenaza de un tsunami; amenaza que no impide que una familia baje sin preocupaciones a un balneario exclusivo. Y es allí, en una playa nublada, con el viento que corre helado y las olas enormes, donde esta familia irá desmadejando sus intrincados problemas y complejos después de que aparezca – varada en la playa solitaria – una sirena que habla en quechua.
Una vez más, el teatro cumplía con esa función tan importante que es la de expresar – a través de la interpretación de historias reales o ficticias – las emociones, miedos, sensaciones, dudas e inquietudes que nos asolan como individuos y como sociedad.
No soy un crítico de teatro, solo un asiduo espectador de él, y, como tal, creo comprender cuándo me he topado con una buena obra. Una buena obra tanto por los excelentes actores, una eficiente dirección y, principalmente – en lo personal – por una sólida historia construida desde una mirada atenta a relaciones sociales del país.
A la salida, alcancé a darle la mano a la autora y – aunque hubiera querido decirle más – solo la felicité y observé cuando se iba apresurada, pero con la mirada siempre fija en esta complicada ciudad.
Transcribo un fragmento del escritor
Alonso Cueto, quién – como tenía que ser – sabe decir las cosas de manera tan eficiente y serena:
Mariana de Althaus me hace recordar el origen etimológico de la palabra “teatro”, que viene del griego y puede traducirse como “lugar donde ver”. Lugar de exploración, profundización, revelación, el teatro integra en un solo lenguaje vivo, el sonido y la imagen. Más que en la narrativa o la poesía, su tema es el entrecruzamiento de voluntades. Según Gore Vidal, el buen dramaturgo es “un experto en articular relaciones humanas”.
Hace unos años leí una frase del crítico, productor y dramaturgo Robert Brustein, con la cual a veces estoy de acuerdo. “Cuando uno va al teatro es un acto comunitario. Ir al cine en cambio es un acto solitario”.