Esta semana tuve la oportunidad de asistir a sala de teatro Bernardo Roca Rey de la Asociación de Artistas Aficionados (en el siempre nostálgico Centro de Lima) para ver – por fin – el montaje Esperando a Godot, de Samuel Beckett. Obra realizada bajo la dirección de Omar del Águila y con las muy buenas actuaciones de Ximena Arroyo, Manuel Calderón, Juan José Oviedo, Percy Velarde y Omar Rosales se viene escenificando – por el 79 aniversario de la Triple A – desde mayo y hasta mediados de junio.
Esperando a Godot es una de las obras más representativas de lo que se ha denominado teatro del absurdo. En ella, la esperanza, la decepción y la ausencia de significado de la vida humana son la pieza clave, no solo de esta obra sino, en general, de todas aquellas que se identifican con esta tendencia teatral que – según los entendidos – llega a enlazarse con la filosofía del existencialismo. Es decir, que el razonamiento no para sino hasta llegar a las puertas de Jean Paul Sartre y Albert Camus.
La pieza muestra a dos vagabundos, al pie de un árbol, realizando la labor más importante de sus vidas: esperar a un ser desconocido llamado Godot, a pesar de que no saben si este llegará algún día.
La espera es a ratos intensa y en otras, frustrante. La llegada de Godot (que quizás puede significar la llegada Dios o tal vez algo distinto como la necesidad de darle un sentido a la vida) va dejando entrever la vacuidad de la vida o el sinsentido de todo. La obra – dividida en dos partes – va señalando lo absurdo de la espera y lo intrascendente de los fundamentos con los que se le quiere dar sentido a la vida.
Todo ello se pone de manifiesto a través del dialogo de los personajes que trabajan en un tono hiperbólico y algo circense, tal vez para equilibrar el pesimismo del contenido con las gracias de los movimientos. En todo caso, resulta coherente con la propuesta del teatro del absurdo: el deliberado abandono de una construcción dramática racional y el rechazo del lenguaje lógico. Todo a cambio de una ilógica sucesión de situaciones aparentemente sin sentido.
En lo personal, creo que solo un aparente sinsentido. Digo esto porque Esperando a Godot me ha dejado meditabundo y cabizbajo por un largo rato. Al terminar la obra, tuve que caminar por las añejas calles del Centro, a una hora en que ya solamente caminan los bohemios junto a los fantasmas de la noche. Y lo hice solo para reencontrar el hilo que me permitiera recuperar el camino de esa lógica de vida que me ayude a seguir con la rutina durante la semana. Entonces – como dije – presiento que sí le he encontrado un sentido a la propuesta de Beckett (aunque el autor haya dicho que no). Y precisamente por esa razón, para evadir esa comprensión de lo absurdo de la vida, caminé un largo rato para ventilarme de mis temores y escapar de la verdad. De lo contrario, tal vez hubiera terminado como los dos personajes al final de la obra, quienes después de esperar y volver a esperar a Godot, y sabiendo que tal vez la promesa de que al día siguiente sí vendría era otra ilusión, deciden seguir esperando. «Y nos vamos», dice uno. «Nos vamos», responde el otro, sin embargo, ambos se quedan, sentados, mientras las luces del escenario se van apagando como si se apagara una estrella en el firmamento.
No he sido muy asiduo de la obra de Beckett, la he considerado – con ligereza equivocada – sombría y excesivamente minimalista. Pero me retracto. Tal vez sea que los años me están dando la calma para entender que una obra solo debe mostrar las cosas como las ve el autor y luego el receptor entenderá lo que deba y, probablemente, cuando sea su tiempo.
Samuel Beckett fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1969 «por su escritura, que, renovando las formas de la novela y el drama, adquiere su grandeza a partir de la indigencia moral del hombre moderno».
Esperando a Godot aún tendrá cuatro funciones más. El precio es más que accesible y el montaje es altamente respetable. Hay que ir. La recomiendo.