«Flores Amarillas»
(Edit. Alfaguara – 2013) es una excelente novela que, por un lado, narra la historia de una familia de migrantes italiana que llega a Perú a mediados del siglo XIX, mientras que, en capítulos alternados, da cuenta del apogeo y posterior decadencia de uno de sus descendientes, Severo Versaglio, a mediados del siglo XX.
Los capítulos que narran la salida de los primeros Versaglio – de un pueblo llamado Brunate – están enmarcados en la Italia revolucionaria de Garibaldi, allá por los años 1860, lo que incluye, de paso, un curioso dato acerca de una visita algo furtiva de Garibaldi al Perú. Hay un interesante tono de aventura en dichos capítulos y que hacen de la odisea – de Albano y su hijo Giovanni – un particular cuadro de lo que debe haber significado la inmigración en muchas de aquellas familias que finalmente terminaron por establecerse en el Perú.
De otro lado, la historia de uno de los descendientes, el velado y poderoso Severo Versaglio, está contextualizada en la Lima del ochenio de Odría. Dicho espacio y tiempo, signado por la dictadura, la corrupción y las relaciones mafiosas entre el gobierno y los grupos de poder forman el ambiente apropiado en donde – desde la perspectiva de la novela – la naturaleza astuta, y a ratos desalmada, de don Severo Versaglio logra desenvolverse cómodamente, lo que le permite alcanzar una notoria prosperidad que luego – por los propios juegos del poder y la corrupción – deriva en una calamitosa decadencia.
Ahora bien, la novela – como ya se mencionó – está organizada en capítulos alternados con un buen manejo de los tiempos y de los espacios, y con un lenguaje sobrio que se adecua correctamente a la estrategia narrativa de la novela: una tercera persona omnisciente y ponderada. Solo en muy pocos momentos, la voz narrativa resbala en alguna exuberancia adjetiva. Algunos de los personajes que aparecen – principalmente en los capítulos que abordan los avatares de Severo Versaglio – están diseñados a partir de supuestos personajes de la vida real: sutil juego que estimula la curiosidad de algunos lectores que intentan – por lo común – compararlos con los seres históricos. Sin embargo, más allá de ese sugestivo y válido artificio, personajes como el mismo Severo Versaglio, su cuñado Lucas, el Tatán de la novela, así como Esparza Zañartu y el propio Odría, entre otros, alcanzan su particular dimensión y corresponden bien con el sentido y la atmósfera que se plantea en la novela. Buscar confrontarlos con los seres históricos o familiares del autor solo quedaría en la anécdota. Lo que se valora en una novela es ese universo paralelo que puede coger como referencia muchos elementos de la realidad, pero que luego toman su propio camino en ese maravilloso espacio inconmensurable de la ficción y tan solo limitados por un requisito básico: la verosimilitud literaria.
Como suele suceder, la obra tiene referentes indudables que el mismo autor reconoce en los epígrafes que cita. Tanto el hálito narrativo de Mario Vargas Llosa como la hondura de Mario Puzo impulsan inicialmente la novela. Sin embargo – también como debe ser –
Raúl Tola luego toma su propia ruta, logra una narración personal y deja evidencia de una voz propia que, seguramente, irá consolidándose en sus siguientes trabajos.
Si acaso no alcanzaron a leer esta novela, se las recomiendo. Principalmente a aquellos lectores que esperan hallar una trama, un conflicto y un contextohistórico convincente.