Les dejo un dato sobre Jaime Bayly, ahora que leo Perú.21 un lunes. El periodista y escritor Jaime Bayly escribe una columna todos los lunes como hoy y como lo dicta su inclinación por la literatura no lo hace con un análisis político, sino con relatos breves que dan muestras claras de un escritor de oficio.
No me pregunten cómo he terminado con El Tano y su novia en una isla desierta de las Bahamas.
No sé mucho del Tano, lo conocí la otra noche en un hotel de Nassau, me pidió la laptop en el bar del Compass Point para leer sus correos, me dijo que su hija estaba en las Galápagos y que no sabía nada de ella, la novia del Tano me preguntó por qué llevaba boina y chalina en Nassau y luego me preguntó sin esperar mi respuesta si yo era canadiense y le dije que sí, que soy de Montreal.
Todo lo que sé del Tano es que es argentino, vive en Nueva York desde que tenía veinte años (y ahora tiene cincuenta) y alquila cincuenta departamentos amoblados en esa ciudad. Todo lo que sé del Tano es que es dueño de cincuenta departamentos de lujo en Manhattan, que le dejan un millón de dólares al mes. Está claro que el Tano es un maestro porque además me cuenta todo eso como si me estuviera contando que está resfriado.
Todo lo que sé de la novia del Tano es que es sueca y bastante menor que yo y está siempre un tanto borracha y coqueteando, lo que no parece molestarle al Tano, porque el Tano es un grande y nada parece molestarle a estas alturas.
Tan grande es el Tano que se ha comprado una isla virgen en las Bahamas por doce millones de dólares y me ha dicho para ir a visitarla y cuando le dije aquella noche en el bar del Compass Point que sí, que iríamos al día siguiente, estaba seguro de que todo era mentira, su isla de la fantasía y mi entusiasmo por conocerla, pero ahora un avión bimotor ha acuatizado frente a una isla desierta más grande que Key Biscayne, a la que hemos llegado volando cuarenta minutos sobre un mar tan transparente que podías ver los tiburones.
El Tano, la sueca y yo hemos bajado de la avioneta, saltado al mar y, con el agua rozándonos el ombligo, hemos caminado hasta la orilla de la isla del Tano, que a lo mejor no es del Tano, pero que él reclama como suya, y nos hemos sentado a la sombra de un árbol y era como estar en un capítulo de Lost esperando a que viniera una criatura monstruosa a devorarnos y arrojar nuestras extremidades en las copas de los árboles.
Solo he visto en la isla a dos criaturas vivas, sin contar al piloto que se quedó cuidando la avioneta y bebiendo cerveza (yo pensaba: si la avioneta falla y no enciende y nos quedamos a pasar la noche acá y el moreno tiene hambre, nos come a los tres crudos y sin sal): una mariposa naranja y un numero indeterminado de moscas más grandes que las moscas domésticas peruanas que me son familiares, tan grandes que el Tano ha dicho que no eran moscas, que eran tábanos y venían por nuestra sangre.
Le he dicho “Tano de mierda, la puta que te parió, no tenemos nada que comer ni tomar en esta isla, todas las islas desiertas son iguales, para qué carajo me has traído acá si estoy enfermo, y ahora me dices que nos van a comer unos tábanos, no me jodas y larguémonos de acá y llévame a un restaurante donde podamos comer como gente civilizada”. La sueca por suerte se ha amotinado conmigo y ha dicho que se muere de sed (cómo no va a tener sed, si está con una resaca feroz) y que vayamos a no sé qué isla perdida en el archipiélago de las Bahamas, donde dice ella que sirven unos pescados fritos deliciosos.
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