DESDE UNA CABINA DE INTERNETMe siento frente a la computadora, dentro de un pequeño cubículo, de esos que abundan en los centros de internet, me preparo a postear. No tengo internet en casa desde hace días porque hay días malos, que a veces alcanzan a semanas y meses igual de malos, pero escribir es algo inevitable y cuando me canso de fabular, quiero seguir escribiendo para mis amigos. Hay una voz muy alta tratándo de establecer comunicación con alguien desde un teléfono de internet. Ahora hay de todo en los centros de internet: la competencia para tener más clientela, la globalización, qué importa por ahora. Estoy ocupado en una crónica y trato de pensar en lo mío y en lo malo de estos tiempos. Entonces me gana la voz de aquel hombre que no alcanzo a ver, su voz pastoza trasunta una tristeza que trata de disimular, pero su estruendo llena el pequeño lugar: «Aló, hermana«, dice, «¿te acuerdas de la biopsia que tenía que hacerme«,se calla por un momento, «me diagnosticaron cáncer«. La última palabra quedó suspendida en el aire. Luego vinieron otras palabras sueltas y después. «Lo estoy tomando con calma» y luego una modulación falsa que buscaba la voz segura. «Si hermana, hablaremos hermana, yo estoy en calma hermana«. Luego otra vez, el aló y otro contacto con una tía, y otra vez la noticia, contundente y algunas palabras sobre si las cosas nunca fueron buenas entre ellos, no fue intencional. Ya no se oían otras voces, ya no se oyeron los golpecitos monocordes de los teclados; pero la voz del hombre a quien no veía seguía llenando el ambiente con las llamadas y la reiteración de la noticia. A ratos hablaba frenéticamente, a ratos se recuperaba. Tiene que haber llamado a más de diez personas. Tiene que haber necesitado la voz de más personas. Mientras yo me pregunto qué carajo se tiene que hacer cuando un papel membretado te dice que te toca marcharte porque tienes un cáncer a la piel, unas pústulas extrañas, o cualquiera enfermedad de esas que siempre parecían destinadas para otros. Luego la voz se calló y no pude evitar, mirarlo cuando pagaba. No supe qué hacer cuando halló mi mirada. Pero él sí, pues me sonrió amargamente. Le extendí la mano y él me la apretó antes de despedirse.