Luego de leer la reciente novela de
Alonso Cueto,
La pasajera (Edit. Seix Barral 2015), tuve
que esperar un buen rato hasta sosegar el espíritu. No podía ser de otro modo. Para
quienes fuimos – de alguna manera – testigos de los aciagos tiempos vividos en
la época del terrorismo, siempre nos va
a perturbar el recuerdo de aquellos tiempos, ya sea a través de un cuadro, una
fotografía, una composición musical o un
libro. En este caso, una eficiente y
breve novela.
La pasajera es la historia del
encuentro fortuito, en un taxi, de un exmilitar
del ejército y una peluquera. El drama de este encuentro es intenso porque el exmilitar – quien es el taxista –
durante su servicio en Ayacucho (en la época del terrorismo) se vio obligado a ordenar un acto vejatorio contra una mujer, un acto tan
desalmado que – aun muchos años después – el remordimiento por ese hecho lo
sigue atormentando. La pasajera que sube
al taxi había sido, precisamente, la
mujer que tuvo que sufrir los vejámenes de aquella atroz decisión. A pesar del tiempo transcurrido, ninguno de los dos personajes ha logrado sobreponerse a
las trágicas experiencias vividas en el Ayacucho
de aquellos tiempos. Victimario y
víctima viven su propio calvario y ese encuentro casual agita las aguas turbias
de los recuerdos y reinicia un drama que
– por lo visto – aún no había concluido
y deja ver las heridas abiertas de una dolorosa historia que todavía no se ha
cerrado.
La novela – manejada con un innegable suspenso y
con las características inherentes a una novela realista – nos recuerda que, efectivamente, ese capítulo
doloroso de nuestra historia no puede considerarse cerrado. Lo cierto es que el
impacto de aquellos años de violencia todavía nos persigue, nos afecta, nos
duele. Y aun cuando algunos analistas ya recomiendan cerrar esa etapa, al menos como
referencia creativa para los artistas, por lo visto todavía hay mucho que decir
al respecto. En la novela de Alonso Cueto, la historia que se cuenta está contextualizada en el presente; sin embargo,
los hilos sombríos del pasado aún tienen
atrapados a los personajes. ¿Cuántas historias todavía no se han cerrado?
¿Cuántas vidas – a pesar de los años que han transcurrido – siguen sufriendo
las consecuencias de un período infausto? La literatura – como todas la demás
manifestaciones artísticas – no tiene otra obligación sino la de materializar
lo que percibe en su entorno y tal como la percibe. En este sentido, La
pasajera es, pues, una novela honesta, breve, sin otra pretensión que la de narrar
una historia en tono de ficción; pero que nos lleva, de modo directo, a una imprescindible reflexión sobre una dolorosa experiencia que aún nos acosa.
La novela fue presentada hace
varias semanas, y ha sido bien recibida. Esto más allá de algunos apuntes desmedidamente puntillosos, más afanados en fruslerías
gramaticales que en los aciertos literarios. Este Escribidor ha demorado su
humilde comentario porque – como la mayoría de homínidos – tiene los días
colmados de quehaceres laborales, y su bandeja de libros que leer sigue congestionada.
No obstante, para quienes aún no la hayan leído, se las recomiendo. El final de
la novela es un tierno acto simbólico cargado de optimismo.