La sinfonía de la destrucción de Pedro Novoa. Editorial Planeta, 2017. Interesante novela que recién he podido leer en estos días, pero cuya auspiciosa presentación se dio a mediados de año en la Feria Internacional del Libro.
Como antecedente, hay que mencionar que esta su cuarta novela. Seis metros de soga (Altazor, 2010), Maestra vida (Alfaguara, 2012) y Tu mitad animal (Fondo UCV, 2014) conforman, con la presente, una secuencia narrativa que incursiona enérgicamente dentro del laberinto urbano. Algo más, la novela, La sinfonía de la destrucción, en el 2014, fue finalista del Premio Herralde. Esto, al margen de otros reconocimientos que el autor ha obtenido por obras anteriores.
En la presente novela, se alternan varias historias y, para cada una de estas, hay personajes centrales que representan a distintos arquetipos que conforman la variopinta realidad urbana. Sin embargo, hay un personaje que se eleva sobre los demás: el Monarca quien, a su modo – o por lo menos así lo desliza el autor –, es el héroe (a su manera) que enfrenta su entorno y procura salir victorioso.
Los otros personajes conforman el coro fatídico que musicaliza – con un tono áspero y pesimista – las circunstancias de la vida urbana. Por ejemplo, el Especialista, el modelo de la mezquindad y la mal llamada criollada, y quien postula que en la ciudad se avanza arrasando con todo, sin importar lo que se lleva en el camino. Asimismo está Cartavio, un hombre que se gana la vida como charlatán y que siente que su vida ha sido un fracaso. Es una sensación que, como una punzada, lo acompaña en todos los momentos en los que aparece. Mientras se degrada paulatinamente, recuerda que pudo ser poeta y que eso, de alguna manera le hubiera dado un destino menos decadente. También está el Alcalde, personaje construido con el mismo miasma del que, por lo visto, están construidos casi todos los políticos. Sin embargo, no solo hay individuos que marcan la pauta de una ciudad degradada, pesimista, carcomida, sino coros como los Reyezuelos y otras voces menores que matizan la vida de una ciudad emergente, una ciudad cuyos habitantes construyen su futuro como mejor pueden, y en la marcha van diseñando una filosofía de vida brutal, pero válida para la existencia. Todo ello presentado en cuadros alternos que – por lo general – no siguen una línea temporal convencional.
Ahora bien, ya hay un gran valor en una novela que abarca la temática urbana desde el lado más endurecido y marginal de la ciudad con una acuciosa y particular secuencia de hechos. Sin embargo, hay elementos que – desde mi punto de vista – potencian la novela. Por un lado, la utilización de un vocabulario popular actualizado y empleado con mucho acierto y que no hallaba en la novela peruana desde hacía tiempo. No que me haya leído gran parte de la novelística de esa tendencia, así que puedo equivocarme; pero tengo la presunción que desde la revolución que causó el finado Oswaldo Reynoso, con el recojo de toda la replana de aquel tiempo, no me había topado con un trabajo verbal de esa envergadura.
Me explico en este punto. No me refiero solo a la sucesión de palabras rabaneras, sino a la destreza de usarlos en un adecuado contexto y con el debido conocimiento de su carga semántica. Novelas que han usado sus páginas para armar una sucesión de palabras coprolálicas – creyendo que con ello están abordando la realidad lingüística – hay muchas, y muchas de ellas han fallado por el sencillo hecho de ignorar que las palabras tienen cargas significativas en muchos niveles que la sabiduría lingüística popular ha enriquecido. Asumir una narrativa cogiendo ese vocabulario para darle realismo no es una tarea que se debe tomar a la ligera; esta requiere de mucha habilidad y destreza gramatical. Aun así, la novela de Novoa – el mismo lo confiesa en una entrevista – es una apuesta arriesgada debido a que no es una novela tan complaciente con el lector, sino que te acerca a un infierno que a algunos les puede chocar, debido a que las escenas son un tanto duras. Es una literatura que trata los bajos fondos de la condición humana.
Así también, otro mérito narrativo que le encuentro al trabajo de Novoa es que la voz narrativa que conduce la obra sufre mudas narrativas constantemente. A ratos, muy pocos, es una tercera persona imparcial; en la mayoría de los casos es la voz camuflada de los personajes. Técnica que el permite crear – como es el título de la novela – una sinfonía, una matriz musical de tonos apocalípticos que genera la atmósfera correcta para llegar a ese final hiperrealista conmovedor en donde – como dice en las últimas líneas de esta espléndida, pero difícil novela – escucharemos la sinfonía redentora de nuestra propia destrucción. “Así no lo quiera el infinito, así no lo quiera Dios”.
La recomiendo.