A pocos días de su final de temporada, alcancé a ver la obra teatral «Los justos» de Albert Camus, en las instalaciones de la Asociación de Artistas Aficionados. El montaje corrió a cargo del grupo Llaqta, equipo bastante joven, pero que ya viene incursionando en el teatro con varias obras de carácter y de profundidad. Con grandes aciertos, y, como debe ser en una agrupación que se inicia, con algunos tropiezos, pero que se van superando de montaje en montaje.
«Los justos», un drama estrenado en 1949, en el ámbito histórico de la Rusia zarista, barca algunos de los temas que obsesionaron a Albert Camus a lo largo de su vida y que atraviesan como hilo conductor toda su obra. En este caso, esto se pone manifiesto en la contraposición entre el idealista Ivan Kaliayev y el implacable Stepan Fedorov sobre el dilema moral implícito en todo terrorismo. Esta trama le permite al autor, a través de unos excelentes y precisos diálogos indagar en la dialéctica del fin y los medios, así como mostrar la opresión y el despotismo que la utilización de cualquier violencia puede envolver a la sociedad.
La obra de Albert Camus ubica al espectador en el contexto de la Revolución rusa de 1905, con la historia de un grupo de revolucionarios que quieren atacar la tiranía del zar. La obra está basada en una historia real del asesinato del Gran Duque Sergio Aleksándrovich Románov. Este hecho motiva una obra teatral en donde plantea una discusión entre dos hombres “revolucionarios” que verbalizan los dos puntos de vista filosóficos que Camus quiere explicar: Stepán que corresponde a la facción radical y dura y Kaliáyev que representa la facción soñadora e idealista de la revolución. La obra girará entonces en torno a estas posiciones.
«Los justos» versa sobre el terrorismo, es decir, la violencia como el último recurso factible ante la ineficacia de otras acciones más pacíficas durante la revolución del pueblo ruso contra el zarismo. Sin embargo, el autor no pretende justificarlo, sino describirnos las consecuencias que conlleva entre las personas implicadas, el conflicto moral subsiguiente entre quienes lo ejecutan.
Para nosotros, los peruanos, tanto los que vivimos las cruentas épocas del terrorismo de modo cercano, como para las siguientes generaciones que escuchan de ella algo incrédulos, se vuelve necesario leer y asistir a montajes que aborden este espinoso tema con el suficiente cuidado y lucidez. De ninguna manera con el descontrol al que nos empujan las emociones, sino con la prudencia mental necesaria para tratar de abordar los hechos desde diferentes enfoques. Solo así, con el análisis objetivo (que solo se logra con la discusión alturada y objetiva) se puede llegar – estoy seguro – a desvirtuar la violencia terrorista (venga de donde venga) como una solución a nuestros constantes problemas de integración y desarrollo.
Interesante el trabajo del grupo Llaqta. Una interpretación bastante sobria, sin alambicamientos técnicos, con un escenario básico, como tenía que ser. Por mi parte, yo hubiera recomendado darle mayor énfasis, a través de los silencios – tan útiles en el teatro – a ciertos diálogos que eran los que marcaban los puntos de vista más críticos de la propuesta de Camus, pero es solo una impresión.
Talentosos los actores, buena la dirección. Esperamos que pronto al regresen al escenario o, en todo caso, no sorprendan con otra de tal talante.
Mis felicitaciones.