No se lo he dicho, pero la intensa actividad profesional de Fernando Ampuero me parece admirable. Las horas de cada día le alcanzan para dirigir con acierto un importante grupo de revistas, para atender con total amabilidad a los amigos, para estar presente en los momentos importantes de la cultura peruana y, por supuesto, para escribir disciplinadamente cuentos y novelas.
Fernando ha venido desarrollando una interesante obra narrativa que se inició con el libro de cuentos Paren el mundo que aquí me bajo y que ha continuado con Caramelo verde, Malos modales y Bicho raro. En estos últimos años su labor literaria ha sido más intensa y ha publicado “Mujeres difíciles, hombres benditos” “Puta Linda” y “Hasta que me orinen los perros”.
Con la amabilidad de siempre, Fernando Ampuero envía sus comentarios sobre los libros que más le interesaron en 2009.
Mi querido amigo, estoy con un pie en el auto para irme al playero sur por unos días. Así que te escribo bien a la volada. Para mí este ha sido un año de lecturas y reelecturas. He vuelto a disfrutar de los Retratos en miniatura de Lytton Strachey, de los cuentos Julio Ramón Ribeyro y de Manhattan Transfer de John Dos Passos, y me he devorado, entre muchos otros libros y mil trajines periodísticos, el nuevo tomo de memorias de ese conservador cavernìcola que es Gore Vidal, Navegación a la vista, un libro delicioso. A eso debo sumar, por delante o por detrás, La carretera de Cormac McCarthy, El Africano de Le Clèzio, Las vidas minúsculas de Pierre Michon, Las Benévolas de Jonathan Littel, Las Máscaras del héroe de Juan Manuel de Prada (muy acertada recomendaciòn de Gustavo Faverón) y Arbol de humo de Denis Johnson. También algunos libros de gastronomía diversos, entre los que destaca Calor del Bill Buford. Pero, de hecho, lo más apasionante del año han sido dos autores marginales y que me eran totalmente desconocidos: el sueco Stieg Larsson (su trilogia Milenium, hoy un justo fenómeno de ventas, me hizo renovar votos por la novela negra) y el noruego Kjell Askilden, autor de Todo como antes, un maestro del relato corto cuyos personajes frenéticamente lúcidos y corrosivos son unos ancianos cascarrabias.
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