Siempre es motivo de alegría que el nombre y la obra de escritores peruanos aparezcan bien nombrados en las páginas culturales de diarios en el mundo. Y más aún, cuando esta presencia peruana es una constante en estos tiempos recientes. Encuentro en el suplemento Adn del diario La Nación un artículo escrito por Felipe Fernández dedicado a la reciente novela de Ivan Tahys, Un lugar llamado orejas de perro. Después de un largo silencio creativo, Thays regresó a la narrativa con muy bien pie pues su novela fue finalista del Premio Herralde de Novela 2008. Se sabe que Ivan ya tiene un trámite una siguiente novela que seguramente consolidará su excelente regreso.
Parte del artículo dice:
Un periodista es enviado a Oreja de Perro, un caserío situado en el departamento de Ayacucho, donde abundan las fosas clandestinas que recuerdan la época del terrorismo de Sendero Luminoso y la represión del ejército. El cronista debe cubrir la visita del presidente Alejandro Toledo (2001-2006), quien cerca del final de su mandato «ha escogido la zona para iniciar un programa de reparto de dinero para los campesinos».
El inicio de Un lugar llamado Oreja de Perro (Finalista del Premio Herralde de Novela) parece anunciar un argumento centrado en la violencia política de aquellos años, pero el texto pronto se desvía en otras direcciones. Su autor, el peruano Iván Thays, acomoda al protagonista y narrador de la historia como un punto de fuga en el cual convergen los diferentes episodios que componen la estructura de la obra…
Thays cuenta las cosas con solvencia. La primera persona le da aire y libertad de movimiento para discurrir a tientas, sin ajustarse a una orientación precisa. El uso reiterado del punto y aparte ordena las oraciones en flujos espaciados, como si quisiera remarcarse que la aparente falta de trabazón en la trama intenta reflejar la pausada indiferencia en las reflexiones del protagonista (al que por alguna razón no se le da un nombre). Las intervenciones de Scamarone, el bufonesco fotógrafo que lo acompaña, funcionan como un medido contrapunto cómico.
La escritura gana solidez y la visión se vuelve más nítida en los fragmentos dedicados a la evocación de la muerte de Paulo. Mediante un tono sencillo y despojado se logra transmitir la inmensidad de una pérdida que no requiere de estridencias sentimentales. El mismo recurso ennoblece los meritorios pasajes en los cuales Jazmín relata sus vanos intentos por localizar y rescatar a su madre, detenida por las fuerzas de seguridad. Los capítulos destinados a construir el personaje de Mónica, en cambio, no alcanzan la misma eficacia literaria.
La novela transcurre en un par de días. El regreso del periodista a Lima deja varios enigmas pendientes y un final, tal vez demasiado abierto, que el lector debe cerrar con su propia imaginación.
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