Desde este mi sencillo espacio en la Zona del Escribidor, quiero aunarme a todos los que vienen expresando su alegría por el homenaje que recibirá el escritor Fernando Ampuero en la Feria de Libro 2018 de Lima. Será este miércoles veinticinco de julio a las siete de la noche.
Por supuesto que hay una lista de nombres importantes que también merecen el homenaje y el justo reconocimiento de su labor literaria. Qué edificante que haya tantos nombres en bandeja, porque implica que la cultura – en su expresión artística – se mantiene en una constante dinámica y superación. Ello gracias a los artistas, en todos los géneros, que siguen desarrollando su arte con gran calidad, a pesar de la muchas dificultades que ya todos conocemos.
Este año la Feria ha seleccionado a Fernando Ampuero para recibir el Premio FIL de Literatura y, por lo visto – como tenía que ser – ha generado el consenso. Que ya en sí, es digno de subrayar, dada la conocida susceptibilidad de la movida literaria. ¡Aplausos!
Ahora bien, comparto mi alegría personal con este Premio por tres razones – que no son las únicas, claro – pero que caben en el espacio de esta nota.
Porque Fernando es un escritor constante que ha conseguido una voz narrativa singular de la única forma en que se puede conseguir: escribiendo y escribiendo. No hay de otra. Desde su primera obra Paren el mundo que aquí me bajo (1972) hasta la más reciente, La bruja de Lima (2018) ha ido avanzando (a veces con más acierto que en otros) en la consolidación de una narrativa personal. Puede que sus trabajos no hayan convencido a todos, y esto, sencillamente, porque la literatura abre muchos frentes y no siempre se puede coincidir con los gustos o propósitos que se le quiere endosar a la literatura. A lo largo de los años, he aprendido que el principal compromiso del escritor es la honestidad consigo mismo, es decir, con su manera de entender su entorno: de sufrirlo, de quererlo, de criticarlo. Esta concepción probablemente también ha de variar con los años, pero, igual, el escritor ha de ser coherente con su percepción del mundo. El reto para el creador es ordenar esas ideas y presentarlas del modo como las percibe: hallar su estilo. He allí el reto, el trabajo constante, la batalla con las palabras, con la estructura, con el tono y, por supuesto, con los demonios que pugnan por salir entre los trazos de los personajes.
Fernando Ampuero, en este sentido, ha hecho precisamente lo que tenía que hacer: compartir sus ficciones de modo honorable, sin hacerle concesiones a las tendencias del momento, ha construido una obra literaria franca, con un estilo sin alambicamiento y una prosa amigable que siempre le ha permitido al lector conectarse con sus historias, tanto como si estuviera estableciendo un diálogo amical con el narrador. Pero, atención, ese estilo narrativo es más fácil proponerlo que conseguirlo. Esa manera de contar es el producto de una larga batalla con las palabras y las formas sintácticas que se propondrán con ellas, una meticulosa reflexión acerca de las historias que se querían contar.
Sin embargo, como he mencionado, mi alegría por la premiación de Fernando también tiene que ver con algo más personal. Y es que en el mundo literario, como no podía ser de otra manera, la suma de vanidades enciende una hoguera. No se culpe a nadie. Así suele suceder con los espíritus creativos, al menos en muchos casos. Pero en Fernando, su calidad de persona, ha destacado por encima de cualquier presuntuosidad literaria. Que yo sepa, por testimonio de quienes lo han tratado, coinciden conmigo en que siempre tuvo la cordialidad a disposición, la intención de colaborar en la medida de sus posibilidades. Yo no me considero de sus amigos más cercanos. En mi caso, siempre trato de no molestar, de mantenerme en moderada distancia, tal vez por un exceso de prudencia y hasta de timidez. No obstante, a pesar de ello, la mano franca de Fernando siempre ha estado allí.
Alguna vez – a pedido suyo – le dejé un libro de cuentos que recientemente había publicado. A las pocas semanas recibí un comentario suyo muy cordial, pero mejor aún, con la claridad de quien se había tomado el trabajo de leerlo seriamente. Ciertamente, y eso lo saben muchos escritores, a veces no hay mucho tiempo para atender a quienes nos envían sus libros. El tiempo es algo que escasea en la jornada diaria. No estoy seguro de haberle agradecido con la suficiente contundencia la cordialidad, pero las veces que lo he visto posteriormente, su amabilidad y preocupación por el quehacer literario de otros es de destacar. Al menos ese es mi testimonio personal sobre la calidad personal del Fernando Ampuero.
Y cierro esta nota de solidaridad con su premiación porque, a partir de su más reciente libro, La bruja de Lima, mis respetos por su literatura ha aumentado. Al respecto, transcribo un fragmento Christian Martínez: La prosa es incuestionable. La fluidez es destacable. No hay oscuridad, no hay confusiones, todo está claro y por eso el lector puede disfrutar de las cien páginas sin interrupciones. Los adornos, las pretensiones de esbozar significaciones ocultas o exigir al lector no son resaltantes aquí. Quizás algunos de estos elementos pueden estar, pero no distraen, no cortan el relato, no molestan.
En fin, reitero mis felicitaciones a la premiación de este gran escritor y mejor persona. El miércoles veinticinco hay una muy buena actividad en la FIL 2018. Tienen una cita los lectores de Ampuero, los amigos, los conocidos y todos los escritores que tengan tiempo. Valdrá la pena.