CUETO, ZAADIE SMITH Y EL OFICIO DE ESCRIBIR Las muchas páginas – entre disparatadas y medianamente acertadas – que se han impreso sobre el escritor, sus obras y su proceso creativo han de ser por lo menos kilométricas. A ellas no sólo recurren los que están tratando de hallar un punto de referencia para su demencial intención de volverse escritores, sino quienes curiosean desde el borde del abismo para saber cómo viven quienes gustan de la palabra como vehículo artístico. Alonso Cueto, dedicado y correcto escritor peruano que obtuvo el premio de novela Herralde 2005 por si novela “La hora azul” (lo siento para con los conocedores de todo, pero me sale la vena de profesor), en su columna de los lunes en Perú 21, cita a la escritora británica Zaadie Smith quien publicó – a decir de Cueto – uno de los mejores artículos sobre el oficio de escribir. Cita la página web del diario theguardian.co.uk.
Escribir bien depende antes que nada del cumplimiento de un deber moral, es decir el deber de ser fiel a uno mismo. La idea de la importancia del «yo» está en la base de esta idea. El escritor percibe el mundo a través de una serie de sensaciones, experiencias e ideas, que le son propias. Muchas de ellas están albergadas en su inconsciente. Solo negociando con este inconsciente, hurgando en su ser verdadero, esa identidad profunda puede aparecer en lo que escribe. «Ante todo, uno tiene que eliminar todo el lenguaje muerto, los dogmas de segunda mano, las verdades que no son de uno sino de otros, las sentencias, las frases hechas, los mitos históricos», dice Smith. Y a continuación: «Una vez que se ha eliminado todo ello, uno se encuentra con algo que se aproxima a la verdad de tu propia concepción».
Cueto señala también algo que aparece constantemente en quien no solo escribe sino – comprensiblemente – quiere ser reconocido como tal. «Encontrar la verdad interior para reflejarla en lo que uno escribe no es fácil. Muchos escritores se sienten obligados a escribir para entretener o para enseñar o para ensalzar o simplemente para parecer muy importantes (son los más solemnes y aburridos, y en cierto modo los más tramposos). Una gran novela es la consecuencia de una operación arriesgada para el escritor: la de sacar a luz los eventos personales que anidan en la oscuridad. De ese modo, uno escribe en realidad de aquello que no sabía que le preocupaba. Una novela no está comprometida con nada más que con la particular visión del escritor y con la endiablada manera de presentar esa visión. Las palabras, la estructura de la obra, los recursos de los que se valga para hacer tangible verbalmente su historia determinan su valoración. Sin embargo, ciertamente sin quererlo, no es frecuente leer una gran novela o un gran relato, pero -como dice Smith- cuando eso ocurre nos cambia la vida de un modo definitivo. Una gran obra es capaz de hacernos apreciar la realidad en su modo más extenso y profundo. También puede hacernos ver la radical otredad debajo de los objetos y situaciones más familiares. Las obras mal escritas no nos dicen nada, no nos revelan nada. Pero después de leer un gran relato de Chéjov, volvemos al mundo de otro modo.