Un 17 de mayo de 1980 se quemaron unas ánforas electorales en un pequeño y olvidado pueblo ayacuchano llamado
Chuschi. Luego aparecieron en
Lima uno perros colgados en unos postes de alumbrado público. Había unos trapos rojos junto a ellos y el dibujo tosco de un símbolo que, con los años, se convertiría en el ícono que estremecería los días, las semanas y los años siguientes en el alma de los peruanos. Cuando se dieron las primeras víctimas del terrorismo, hubo todavía tiempo de recordar los nombres de los caídos y hasta se alcanzó a organizar minutos de silencio colectivo. Luego, fueron tantos los muertos, tanta la barbarie que no había ya tiempo para anotar tantos nombres, tantos crímenes, tanto errores y entonces el país cayó en una noche sangrienta e insondable.
No obstante, creo que hasta ahora no se ha dicho todo lo que tendría que decirse, y lo poco que se ha dicho apenas ha logrado expresar con mediana fidelidad lo que pasó y lo que se sintió colectivamente en esos tiempos de horror. ¡ Hay tanto que hacer todavía! ¡Tanto que escrutar! ¡Tanto que expresar para que esa pesadilla no se vuelva a repetir!
La Comisión de la Verdad y la Reconciliación ha contabilizado 69,000 mil muertos y ha puesto en cifras las pérdidas cuantiosas de ese período. Y es obvio que los números – siempre abstractos y, por ende, tan fáciles de aceptar por ser tan solo cifras – han quedado cortos para quienes tuvieron que convivir con la violencia. Han quedado cortos porque no han podido medir las pérdidas en el alma colectiva de los que sobrevivieron.
Por eso, ahora que leo, otra vez, sobre un atentado terrorista en la sierra del Perú, y apenas unos días después de otra emboscada que había dejado diecinueve muertos, asesinados como en los momentos más espeluznantes de aquellas décadas, me siento molesto con la actitud de quienes asumen la noticia como un hecho más en la notas informativas de los noticiarios. ¡Eso no está bien! Preocupa que haya mas cobertura en un partido de fútbol decepcionante o en las fechorías de algunos malechores de corbata. No que no haya que preocuparse de que la democracia se ocupe de expectorar a esa flema pestilente que aun cree que el país es su feudo.
Pero qué está pasando en este país de boyante crecimiento y de prometedoras expectativas cuando en algunas regiones del Perú todavía se ataca poblaciones y se asesina personas bajo el bestialidad del terrorismo. Cuando en los ochenta aparecieron las primeras muestras de violencia, se quiso calmar a la población con la afirmación de que eran abigeos de la región. Ahora leo por allí que algunos miembros del Gobierno opinan que tan solo son algunos rezagos desesperados de un terrorismo agonizante.
Vamos. Es hora de que la opinión pública concentre mejor sus preocupaciones cívicas en la previsión de hechos que pueden marcar nuestra historia con la tragedia, si acaso no se presiona lo suficiente a los responsables para que cumplan con sus funciones. El terrorismo que vivimos fue una lección de la que tendríamos que haber aprendido lo suficiente como para evitar, a toda costa, que se vuelva a repetir.
Hoy catorce de octubre,
una nota de El Comercio dice:
Dos jóvenes soldados del Ejército del Perú murieron y cuatro resultaron heridos luego de un enfrentamiento con presuntos delincuentes narcoterroristas de Sendero Luminoso en el departamento de Ayacucho, informó el Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas. A través de una nota de prensa, informó que el hecho se registró a las 9:30 a.m. en la región Vizcatán, distrito de Ayahuanco, provincia de Huanta. La patrulla afectada fue una perteneciente al Comando Especial de los ríos de los valles Apurímac y Ene (CE-VRAE).Las víctimas mortales fueron identificadas como: los sargentos Jhonatan Aragón Casimiro y Milton Quispe Chamorro. Aunque no se precisó la identidad de los heridos, entre los que hay un oficial y cuatro miembros de tropa, se indicó que estos fueron evacuados en helicópteros al puesto de comando de Pichari para ser atendidos.
Días antes, en algunas periodísticas como
el diario Hoy , se dice:
unas 19 personas murieron la noche del pasado jueves en una emboscada de remanentes del grupo guerrillero Sendero Luminoso en una región cocalera del sudeste peruano. Esta zona se ubica dentro del Valle del Río Apurímac y Ene (VRAE).Este es considerado el peor atentado del grupo en 10 años. De acuerdo con un comunicado del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas del Perú, la emboscada se produjo cuando cuatro vehículos del ejército regresaban a su base en Tintaypunco, provincia de Tayacaja, en el departamento de Huancavelica.Entre los que perdieron la vida se encuentran 12 militares y siete civiles, entre ellos un niño. El atentado dejó además un saldo de al menos unos 10 heridos, tres de ellos se encuentran en estado grave.