El escritor
Salman Rushdie, quien fue condenado a una
fatwa o condena a muerte islámica en 1989, por el libro titulado “
Versos satánicos” (libro considerado ofensivo contra el Islam) ha escrito un interesante artículo para
la revista Abc en donde da cuenta del momento en el que se reinventó como escritor. Como les sucede a muchos escritores, Rushdie, en su artículo, deja entrever que hasta antes de 1976 no lograba encontrar el verdadero punto de partida para escribir la obra que consolidara su oficio.
Un día de 1976 (ya no estoy seguro de la fecha), un joven escritor sin éxito que batallaba con una historia enorme y todavía inextricable decidió empezar de nuevo, utilizando esta vez un narrador en primera persona. Ese día escribió una gran parte de lo que hoy es el comienzo de Hijos de la medianoche. «Nací en la ciudad de Bombay… Érase una vez.» «Las manecillas del reloj unieron sus palmas en señal de saludo respetuoso cuando llegué.» «Esposado a la historia.» «Creído, cara sucia, pelón, mocoso, Buda e incluso pedazo de luna.» Todavía puedo revivir la sensación de regocijo que me invadió cuando descubrí la voz de Saleem Sinai y, al hacerlo, descubrí la mía propia. Siempre he pensado en ese día como el momento en que realmente me convertí en escritor, tras una década de intentos fallidos. «Mi nacimiento, marcado por el reloj y por el crimen.»
Después de la condena dictada por el ayatola iraní
Ruhollah Jomeini, Rushdie debió vivir escondido por nueve años. En 1998, la República Islámica de Irán tomó distancia de la fatwa y luego desautorizó esa pena de muerte tras un acuerdo con el Reino Unido. Sin embargo, varios clérigos y fundamentalistas aún realizan llamados para asesinar a Rushdie. Cabe recordar que Jomeini (ya fallecido) incluso llegó a ofrecer tres millones de dólares para el iraní que logré matar al literato y un millón de dólares para ciudadanos de otros países.
En otra parte de su confesional artículo dice: Hacia finales de 1979 tenía un manuscrito completo y había editores para el libro, los mejores de aquellos tiempos: Jonathan Cape en Londres y Alfred Knopf en Nueva York. Su apoyo me animó a creer que era posible que, por fin, hubiera escrito un buen libro, pero todavía me sentía lleno de dudas, tras tantos años de fracasos. Me las arreglé para dejarlas a un lado y sumergirme en otra novela, Vergüenza. Y gracias a Dios que lo hice, porque así, cuando Hijos de la medianoche alcanzó su primer y extraordinario éxito, no tuve que preguntarme cómo diantre iba a «seguir después de aquello». Ya había escrito un primer borrador de Vergüenza.
Cuando Rushdie fue mencionado como parte de los artistas que iban a ser condecorados por la reina Isabel II, el encono de sus enemigos se reavivó y hubo declaraciones airadas como la del portavoz del Ministerio de Exteriores iraní,
Mohamad Ali Hoseini, quien aseguró que la distinción era un acto contra el Islam. “
Los honores y alabanzas a un apóstata y figura odiada pondrá definitivamente a las autoridades británicas en confrontación con las sociedades islámicas”. El escritor ha contado en más de una ocasión que cada 14 de febrero (Día de San Valentín) recibe postales procedentes de Teherán, donde se le recuerda que Irán no ha olvidado la promesa de terminar con su vida.
Hay otro fragmento de su artículo, en donde Rusdie hace mención a esos detalles que no siempre se toman en las biografías de los connotados, pero que dan la nota conmovodera porque son parte de los momentos personales: Las cosas que recuerdo de forma más vívida de ese maravilloso momento del primer éxito son un pequeño almuerzo en el restaurante Bertorellis de la calle Charlotte en el que mi editora Liz Calder, Susannah Clapp, un par de amigos y yo celebramos la acogida del libro por parte de la crítica, y un momento de nervios y superstición justo antes de entrar en el Stationers Hall para la cena del Premio Booker, cuando Carmen Callil, por entonces editora de Virago, me dijo que iba a ganar, lo que de inmediato me convenció de que no sería así. Curiosamente, recuerdo muy poco sobre las reseñas de Reino Unido. Las tres que nunca he olvidado las escribieron Anita Desai en The Washington Post, Clark Blaise en The New York Times y Robert Towers en The New York Review of Books.
¿Qué tan libre debe ser la literatura? ¿Cuál es el límite que un escritor no puede sobrepasar? Salman Rushdie fue condenado a muerte por su poesía hace más de 15 años y aún es perseguido por millones de personas. ¿Quién se equivoca: el escritor que ofende las creencias de un pueblo, o un pueblo que no tolera la disidencia?