En verdad, la construcción de un buen cuento no es tarea fácil. Es decir, alcanzar a contar una historia bajo la premisa de la brevedad y la precisión obliga al narrador a una disciplina, tanto para la concepción de la estructura como para el manejo controlado del idioma. Ni hablar, eso es más fácil decirlo que hacerlo. En una edición hecha por Petroperú para la XIV Bienal de Cuento «Premio Copé 2006» he encontrado unos interesantes apuntes que, sobre el cuento, ha escrito Julio Ortega a manera de prólogo. Me parece adecuado compartirlo con quienes tengan interés por el conocimiento del cuento. Por supuesto que para escribir un cuento, el razonamiento sobre él no es suficiente, hay que entrar al partido y pelear centímetro a centímetro con el argumento y las palabras; pero la reflexión en torno de él, siempre es un componente importante. Como el asunto es largo y los post no deben serlo, he divido el análisis por partes que iré entregando paulatinamente.
APUNTES SOBRE EL CUENTO
Se dice que el primer cuento registrado está en una tableta egipcia donde se lee: «
Juan se fue de viaje«. No sólo es el más breve sino también el mejor ejemplo de las reglas del cuento: tiene personaje, hay una acción dominante, ocurre en la temporalidad, posee valor oral y anuncia la ruptura de un código, porque nadie podría irse simplemente de viaje en esa antigüedad. Juan es aventurero que desafía la autoridad y su suerte es un enigma.
Julio Cortázar famosamente escribió que la novela debe ganar por puntos pero el cuento
knock out. Quiso decir que el cuento se resuelve por un golpe de gracia, y que tanto el deportivo narrador como el feliz lector son transportado a la región asombrosa donde el cuento es una ligera epifanía.
Cortázar tradujo los cuentos completos de
Edgar Allan Poe, el forjador del cuento moderno. En ese taller de la traducción, Cortázar debe de haber auscultado el «método de composición» del cuento fantástico, que desarrolló como la suspensión de la credibilidad, esa tregua de la causalidad verosímil, a nombre del placer de la intriga, la irrupción de los desconocido y la miseria de lo insólito.
Casa tomada, después de todo, nació de un sueño: Cortázar vio en sueño a esa pareja que sin explicaciones abandona su casa. En el cuento, la fuerza que expulsa a los hermanos es una forma de «lo siniestro, adelantada por Freud, y lleva la lógica irreversible de la pesadilla. Pero el hermano arroja la llave con alivio: ha transferido el peso sombrío de esa casa. En el
Aleph de Borges, la casa contiene en su sótano el objeto mágico donde puede verse el universo; pero es derruida, y el objeto secreto se pierde. En ambos cuentos, las fuerzas de la modernización se apoderan del espacio de la tradición. De ese extravío nace el estremecimiento nuevo del cuento latino americano.
En la cultura latinoamericana, el cuento es el espacio artístico de la exploración literaria: adelanta las nuevas formas, anuncia la renovación del gusto y favorece las grandes transiciones que forjan la creatividad narrativa. Ruben Darío se propuso, en el cuento, la prosa que la poesía despliega (no la «prosa poética«, que no suele ser ni lo uno ni lo otro); Borges ensayó la formas del conocimiento epifánico, y en el cuento registró los procesos de ese asombro. Cortázar, en lugar de una drama estético, se propuso el drama del cuento mismo: ¿en qué persona contar? Esto es, la subjetividad excede a la producción del relato. Ambas exploraciones, las de Borges y Cortázar, son centrales al lenguaje literario y su inventiva contemporánea.
En América Latina, el cuento estuvo desde muy temprano liberado de las obligaciones del verismo y las normativas de la regionalidad. «
El matadero» de Esteban Echevarría, que seguramente es el mayor alegato político en el cuento del siglo XIX, recorre los modelos de la crónica histórica, el cuadro de costumbres naturalista y el panfleto romántico para resolverse como alegoría trágica de la violencia política. Por eso empieza llamando «matadero» a lo que termina designando como «Matadero». En cambio, en las «
Tradiciones» de Ricardo Palma nos encontramos con la necesidad de reescribir la historia desde las voces populares que la desmontan de la pinacoteca y la plazuela y la desnudan en la ironía, con espíritu crítico liberal. Pero será en el cuento «modernista»(desde los relatos de Rubén Darío y Lugones hasta los de
Quiroga y
Valderomar) donde el género decida explorar sus modos de expresión y representación, con libertad de lenguaje y conciencia formal.