– No me gusta el agua – dijo ella, y dibujó un mohín con los labios -. No me gusta nada.-¿Cómo que no te gusta? -repuso él, mientras la sostenía al borde de la tina-. A las niñas buenas les gusta el agua y se bañan todos los días.
-Yo no soy una niña buena.
-¿Conque no eres una niña buena? Entonces, ¿se puede saber qué clase de niña eres? Porque si no eres una niña buena tienes que ser una niña mala…
-Ah, no -elevó la voz-, eso sí que no. Yo no soy una niña mala. Yo no…
-Bueno -la interrumpió él-, si no eres una niña mala te vas a meter al agua ahora mismo. Y sin protestar.
-Está fría. No quiero.
-Caramba, no está fría. Ven, dame la mano.
Ella dudó un instante antes de tendérsela. Él tomó aquella mano pequeña y blanda como si se tratara de un pez vivo y la sumergió en el agua. Ella dio un ligero respingo e intentó sacarla, pero él no se lo permitió.-¿Ves? No está fría.
Ella se entretuvo batiendo el agua y pronto deslizó la otra mano.
-Señorita -dijo él-, no hemos venido aquí para un baño de manos. Así que usted va a entrar al agua de una vez, le guste o no le guste.
Ella lo miró y frunció los labios.
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