En el Perú de hoy, más del ochenta por ciento de habitantes habla castellano, ya sea como primera o segunda lengua. Algunos afirman que la preponderancia aún es del segundo grupo, es decir, de aquellos que aprendieron castellano mucho después de haber entendido el mundo en su lengua nativa. A propósito de ello, en este país se habla más de sesenta lenguas. Si cada lengua representa a una cultura con su particular idiosincrasia, entonces el concepto de nación – al menos en una de sus acepciones – aún es discutible en este país. Según el diccionario se entiende por nación a «un conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común».
De todas las lenguas oriundas del país, el quechua es la de mayor presencia histórica y de resistencia cultural. Se ha mantenido a trancas y barrancas. No obstante, según el artículo de Raúl Mendoza que leo en el diario La República, el quechua no es solo una lengua que apenas sobrevive en medio de esta occidentalización de siglos, sino que palpita con toda energía. Ahora bien, hay una peculiaridad que ha llamado mi atención en el artículo: el quechua se habla y se canta en Lima más de lo que algunos ingenuos suponemos, pero con total discreción, como si no quisiera llamar la atención.
Particularmente yo, después de esta lectura, me quedaré con la idea de que el quechua se viene hablando en todas partes de esta Lima gris. Lo hacen con cierta complicidad, con mucho de orgullo cultural, y a espaldas de los monolingues castellanos que vivíamos ilusamente con la creencia de que nuestro presente ahora se explicaba y entendía mejor en la lengua de Cervantes.
El quechua está escondido en Lima. No se le ve, no se le nota, no se le encuentra. Pero existe y está en todo lugar. Nuestra cuatricentenaria capital –colonial, republicana, cosmopolita, pero también migrante– es la urbe con más cantidad de quechuahablantes que cualquier otra ciudad, región o país en el mundo. Los dos últimos censos han arrojado cifras similares sobre el tema: más de medio millón de personas con las cuales caminamos por las mismas calles hablan esta lengua. La Lima del siglo XXI, colorida, abigarrada, caótica y discriminadora, es también multilingüe. Se habla español en la capital, pero también quechua, aymara y una que otra lengua menos conocida. “El quechua es la lengua mayoritaria de las lenguas minoritarias. En Lima, contra lo que se piensa por prejuicio, está en todos los estratos sociales. No solo en las zonas periféricas o pobres”, precisa Cecilia Rivera, antropóloga de la Universidad Católica que ha realizado estudios sobre el tema.
¿Qué pasa entonces que no oímos esta lengua al recorrer la ciudad? Ella lo ha explicado en la investigación “El quechua y sus hablantes”: “Si en Lima escuchamos alguito de quechua, ocurre en contextos y circunstancias muy especiales: una fiesta provincial, una conversación de migrantes en el terminal de buses, tal vez una broma en algún mercado popular o en la intimidad de algún hogar. Pero lo normal es lo contrario: escuchar solo castellano todo el tiempo”. ¿Qué pasa? La ciudad no le da ‘bola’ al quechua. Para la investigadora si uno entrevistara a diez personas adultas en Lima, descubriría que por lo menos una de ellas habla quechua. Sobre este tema, cifras recientes señalaban que en San Juan de Lurigancho, donde se asentaron comunidades enteras huyendo de la violencia terrorista, hay unos 100 mil quechuahablantes. “Es un idioma oculto en la ciudad”, dice Cecilia Rivera.
Un conocido blogger lingüista ha dicho sobre la gente que habla el ‘runasimi’: están ocultos pero, a menudo, ‘ocultados’…