TRAS LA HISTORIA DE ESTA NOVELA
Su autor fue Andrés de León. El manuscrito data de 1621. Su edición fue gracias a la peruana Belinda Palacios.
Belinda Palacios, al presentar el libro, confesó que una vieja leyenda pesaba sobre la novela Historia del huérfano: había una maldición y no sería publicada nunca. El autor del manuscrito pidió licencia en 1621 para imprimirla en España, pero jamás se supo nada.
Y no era de un libro cualquiera, de esos con los que se ceba la censura y los encierra en un cajón sin dar explicaciones. Es, ni más ni menos, la primera novela peruana escrita en nuestro país por el agustino Martín de León y Cárdenas, con episodios en Lima, San Luis de Potosí y hasta Huancavelica. Los 338 folios reaparecieron a principios del siglo XX en la biblioteca del Marqués de los Caballeros y fueron vendidos con un lote de 10 mil obras por el coleccionista Archer Huntington a la Hispanic Society de Nueva York.
Juan de Esquivel lo leyó a mediados de 1705 y escribió un resumen que permanece en la Biblioteca de Academia de la Historia. En 1965, Antonio Rodríguez Monino y su esposa María Brey lo reseñaron para la Colección de Manuscritos de Obras Poéticas en Castellano.
Belinda Palacios, filóloga peruana en la Universidad de Ginebra, buscaba algo especial para su tesis doctoral y conoció el manuscrito, lo estudio a fondo e invitada por la Fundación José Antonio de Castro, lo editó en Madrid dentro de su excelente colección. Cuando llegó el momento de presentarlo, a principios de este año, los ejemplares se habían agotado en un par de meses. Fue necesario hacer una segunda edición para el acto.
Historia del huérfano (Madrid, Biblioteca Castro, segunda Ed. 2018, 385 pp.) se presenta como escrita por Andrés de León, pero Rodríguez Monino estableció que su verdadero autor era Martín de León y Cárdenas (Archidona, Málaga, 1584-Palermo,1655).
ARGUMENTO
El Huérfano –nunca sabremos su nombre– sale a los 14 años de su Granada a Hispanoamérica. Se hace soldado y participa con fortuna en el asedio del pirata Francis Drake a Puerto Rico. Atraído por la leyenda dorada viaja a Lima, deja las armas y profesa como monje agustino. Su estancia monástica no le impide ver de cerca la vida de la capital del Virreinato más grande y poderoso de América. Describe fiestas, saraos, celebraciones religiosas y paganas, pero sobre todo se relaciona con el efervescente mundillo cultural donde florecen decenas de poetas y damas galantes.
De pronto le quitan el hábito, lo expulsan de la orden y del país. Lo triste es que nunca sabremos la razón, el manuscrito carece de dos páginas en las que están las ilaciones de su extrañamiento. Decide viajar a Roma para pedir al Papa que le devuelva los privilegios de la tonsura, y vagabundea por Europa entre gente de toda calaña, incluso como soldado en la defensa de Cádiz contra los ingleses, donde su buena suerte le salva la vida. Consigue su objetivo y retorna al Perú.
En realidad, estamos frente a un pícaro: muy guapo y bueno en todo, jugador, espadachín, parlanchín, vividor, aventurero, y suponemos que buen amante, aunque tales trances amatorios no aparecen nunca, ni siquiera sugeridos.
La novela está contada en tercera persona y exhibe dos actitudes muy saltantes: no apela a la bondad ni la maldad de españoles y criollos en América, simplemente vive y deja vivir; en segundo término, jamás utiliza las palabras “indio”, “aborigen”, o sojuzgado con el nativo peruano. Simplemente los llama “naturales”, pero describe la crueldad de los encomenderos en las minas de azogue de Potosí y Huancavelica. Belinda Palacios dice que se trata de una “biografía novelada” por las coincidencias con la vida de su autor. Según sus conclusiones, estamos frente a una auténtica novela, la primera del Perú y del Virreinato. Bien escrita y novedosa.
Artículo tomado del diario La República