Una de las muchas virtudes de la novela es la flexibilidad que posee para contar. Se puede narrar desde una pequeña anécdota hasta una monumental historia, de esas que entrelazan diversos momentos y extraña vidas, y que – claro – proponen un mundo ficticio, aunque muchas veces esa ficción resulte más convincente que la supuesta realidad.
En fin, ya sean complejas o sencillas historias, ambas pueden llegar a ser excelentes novelas. Es la habilidad del escritor la que consigue otorgarle, al relato, ese carácter de universalidad.
La reciente publicación de Alina Gadea, “La casa muerta”, es de aquellas novelas cortas, de aparente simplicidad, que ha logrado comprimir – en pocas páginas – una sugestiva historia en donde la búsqueda personal, la soledad, la nostalgia por un mundo que se va carcomiendo indefectiblemente se entremezclan para presentarnos un lado bastante peculiar de esta poliédrica ciudad limeña.
Mariela Ramos es una arquitecta que atraviesa una etapa de recomposición personal y que debe empezar una nueva vida. En esa búsqueda busca un lugar donde recomenzar.
Primero se hospeda en un cuarto de una señorial, pero antigua casona cuya arquitectura tradicional la hechiza. Luego debe trasladarse otra vez porque la casona – y toda su magia – va a ser vendida y destruida para construir pequeños departamentos más acordes con los nuevos conceptos urbanísticos. Sin embargo consigue hospedarse en otra casona, probablemente más señorial, pero que ha entrado en una decadencia más ostensible. Allí entra en contacto con doña Isabel, la anciana dueña de la casona y que, parapetada en uno de los cuartos de su propia casa, va languideciendo igual que toda su propiedad. Hay un personaje más, Doris, a la que se conoce solo por unos diarios y porque la anciana, en algún momento, la rememora.
Mariela Ramos intenta restituirle la antigua belleza a la casona haciendo algunos tratos con al senil Isabel. Sin embargo, en todo ello hay mucho más, algo personal: una subconsciente búsqueda de la armonía personal. Ahora bien, la realidad, con todas sus bajezas, vuelve a jugarle una mala pasada. No obstante, ya Mariela ha logrado encontrarse y, finalmente, ha tomado una decisión que señala, sutilmente, cuál es el sentido que tendrá su vida en adelante.
“Casa muerta” es una novela que se lee de un tirón, pero que se recomienda hacerlo con paciencia, saboreando las pinceladas que describen la arquitectura de una Lima – que ya casi ha desaparecido – , como los momentos de dolorosa ternura que despiertan los diálogos con doña Isabel y las páginas del diario de la enigmática Doris.