Por César Vásquez
Cuando era niño, mis programas favoritos eran los dibujos animados. Creo que muchos de ellos todavía se siguen transmitiendo. A veces, me siento con mis hijos a verlos y nos reímos a carcajadas. Es una experiencia increíble recordar tu niñez al lado de tus hijos.
Sin embargo, siempre tuve la costumbre de acostarme tarde y recuerdo que a las once de la noche en Panamericana Televisión se trasmitía un programa titulado «la hora de la zarzuela». Para mi mente de niño, todo ello no pasab de ser un raro programa donde veía damas españolas vestidas con largos vestidos de encajes y mantas bordadas de colores vistosos. Por su parte, los caballeroslucían camisas y sacos forrrados de terciopelo. Sus cantos, altísimos e incomprensibles, transcurrían sin mayor sentido para mí, aunque siempre noté en ellos un común denominador: la pasión expresada en las palabras.
Mi reencuentro con la zarzuela se produjo casi veinte años después, como consecuencia de mi gusto por la ópera, ya que algunos de los cantantes de ópera (españoles, la mayoría) también lo eran de zarzuela. De hecho, los más famosos en esta rama fueron Plácido Domingo, José Carreras y, mi favorito, el fallecido Alfredo Kraus.
La zarzuela emociona porque lleva los sentimientos más hondos del alma humana en las notas musicales. Está cercana a nosotros por esa riquísima lengua, que es el castellano. No encontramos esa barrera de la comprensión que encontramos en la ópera. Música y canto se unen en una sola dimensión que impacta en lo profundo del corazón. Por ejemplo, la negación del dolor de descubrir que hemos sido víctimas de una traición por parte del ser amado. Negarse a ello es aferrarse a una ilusión que sabemos que está perdida y que deseamos que alguien nos despierte y nos diga que fue solo una pesadilla.
Era el aniversario de México, Palacio de Bellas Artes. Rolando Villazón nos recuerda que la pasión puede aflorar en nuestra lengua española.
Un abrazo fuerte para todos.