Ha sido finalista de la XII Bienal de Cuento “Premio Copé 2002” y de la XV Bienal de Cuento “Premio Copé Internacional 2008”. También ha obtenido el Primer y Segundo lugar en los Concursos de Narrativa Ten en Cuento a La Victoria de los años 2008 y 2009. Es autor del libro de cuentos La habitación del suicida (Zignos, 2006), que obtuvo una mención honrosa en el V Concurso Nacional de Cuento 2004 de la Asociación Peruano-Japonesa. Relatos suyos han sido incluidos en las compilaciones Maldito amor mío. Cuentos y relatos de amor (Editorial Signo Tres, Lima, 2002), Encuentro de escritores nuevos (Universidad Científica del Sur, Lima, 2004), “Guitarra de palisandro” y los cuentos ganadores y finalistas del “Premio Copé 2002” (Ediciones Copé, Lima, 2005), “Relámpago inmóvil” y los cuentos ganadores y finalistas del “Premio Copé Internacional 2008” (Ediciones Copé, Lima, 2009), Disidentes: Muestra de la nueva narrativa peruana (Revuelta Editores, 2007), Nacimos para perder. Simplemente cuentos (Editorial Casatomada, 2007), Dos pájaros, un tiro y otros cuentos (Edición de la Municipalidad de La Victoria, 2009) y en las revistas electrónicas Proyecto Patrimonio y Los Poetas del Cinco.
Con relación a sus lecturas preferidas en 2009, dice:
Mis lecturas de este año han seguido el camino del azar; a pesar de que desde hace un par de años me deslumbró la narrativa norteamericana, he alternado autores de esta estirpe con los de otras latitudes y con algunos clásicos que he descubierto a destiempo.
Te señalo seis títulos que me impresionaron en el año que terminó:
Sputnik, mi amor, de Haruki Murakami, que leí por una recomendación precisa de mi amigo Pedro Llosa.
Los culpables, de Juan Villoro. Un volumen de cuentos imprescindible.
Para una tumba sin nombre y Los Adioses, de Juan Carlos Onetti. Con el autor uruguayo uno siempre gana.
Bullet Park, de John Cheever. Y ahora me espera el primer volumen de sus Cuentos, editados por Emecé.
Hijo de dios, de Corman McCarthy.
Por último, he avanzado las dos primeras partes de Pastoral Americana, de Philip Roth. Se trata de una novela notable, el gran fresco del siglo veinte en Norteamérica: Roth es preciso en su prosa y profundamente reflexivo. Un trabajo de esta envergadura demuestra lo vital que resulta para un escritor el poder dedicarse a la escritura casi a tiempo completo.
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