Por Willian Guillermo:
Quiero aprovechar estas líneas para establecer una osada relación (pero relación a fin de cuentas) entre las propuestas cinematográficas Los nibelungos de Fritz Lang (Viena, 1890 – 1976) y La mosca de David Cronenberg (Canadá, 1943).
Hay mitos sobre los que muchos han manifestado bastante interés. Uno de ellos es el Sigfrido que mata a un dragón y al bañarse con su sangre se hace inmortal. Este relato lo he visto en ánimes o reflejado en portadas de discos de música. Y por supuesto en el cine, como es el caso del cineasta Fritz Lang quien no solo adaptó cinematográficamente esta historia, sino que volvió a resonar en su cabeza una vez más para realizar “M”. Sin embargo, y a pesar de que ya un cineasta como él haya canalizado su fascinación por este tipo de relato, mucho después, otro cineasta también buscó experimentar con los mismos elementos.
Ya no sería un enigmático Lang, sino David Cronenberg (Canadá, 1943). Cronenberg es un director a quien le gusta mostrar deseos trasgresores mediante actos perversos o transformaciones ficticias, alguien que, a diferencia de Lang, es de una época más reciente y, por lo tanto, tiene un mayor abanico de historias y recursos. A pesar de ello, él también experimenta con esta especie de fijación, aunque lejos de pretender reflejar fielmente la historia de Sigfrido.
Este va más lejos, elabora una historia aún más ficticia, pero siempre tomando como base este mito. No vemos en su adaptación a un guerrero con habilidades desarrolladas, sino a un hombre relegado, con dificultadas para socializar, con manías que le impiden desenvolverse: huidizo y tímido. No es un hombre extraordinario. Tan solo tiene la tarea de manipular la naturaleza, y con ello quiere ir por encima de las leyes, como los villanos que por esta razón cometen crímenes atroces hasta que son detenidos por un héroe.
Ahora bien, el protagonista de la película de Cronenberg no quiere ir por encima de códigos sociales, por eso no se defiende con argumentos para justificarse porque todo eso no le genera angustia alguna (como si a los “malos” de películas sobre la lucha del bien y el mal en donde la naturaleza no tiene quien la defienda ni quien quiera hacerlo). Su protagonista, por tanto, no tiene ninguna teoría con que defenderse, no explica nada, no razona. A él le es indiferente manipular alguna ley natural y transgredirla, y tampoco existe alguien que siquiera intente detenerlo o vengarlo. Está solo y tele transporta lo que le está permitido: objetos sin vida. Sabe que no puede hacer eso con seres vivos, pero luego lo intenta y en el primer resultado provoca la muerte de un simio con una agonía terrible que nos horroriza a todos, menos él. No muestra conmoción por la desdicha que ocasiona su trabajo, mucho menos se arrepiente; así que lo intenta nuevamente y luego una vez más. Es ahí que le sucede, al igual que Sigfrido, que mientras confía en su impunidad, la naturaleza se venga. No es casualidad que sea precisamente un simio el que haga ingresar a una mosca junto a él en la cabina de tele transportación. Y, más aún, que este no se percatara de ello es la muestra de esa soberbia que – como Sigfrido lo hizo con la hoja que cayó sobre su espalda – hiciera que el también ignorara al insecto que se metió en la cabina: la mente del protagonista ha jerarquizado a los seres de la naturaleza.
Es, precisamente, en relación con estos personajes ,tanto Sigfrido como Brundle, sintiéndose superiores al resto, menosprecian a tal punto a los demás que toda su visión de aquello que los rodea se limitara a una esa visión despectiva. Entonces son atacados por estos. Entonces aquellos que (como dije) menosprecian se convierten en sus puntos de débiles. Tampoco es casualidad que la transformación de Brundle en mosca comience por la espalda a la altura de la ubicación de su corazón, aunque a diferencia del relato original en el Sigfrido, es vencido y muerto.
Como ya se mencionó está solo, nadie lo vencerá. Es ahí donde vemos actuar a la naturaleza sin que nada la restringa y paulatinamente lo convierte en un monstruo. Pero Brundle, a pesar de que se espanta, se justifica, razona para engañarse: cree que tendrá poderes ilimitados, que tendrá una vida mejor. Por eso no detiene lo que le pasa y la naturaleza sigue actuando como un verdugo sádico que lentamente lo amputa, lo deforma, le causa múltiples heridas; sin embargo, él continua pensando en ese poder que cree que está obteniendo, y continua experimentando y cuando su horrenda imagen ya no le permite ni siquiera ponerse en pie, pide morir, desparece él y desaparece su verdugo pero sabemos que está ahí, para mostrarnos la visión que tiene de la humanidad.