Encuentro un artículo en el blog de Cesar Hildebrandt (blog que no tiene relación directa con César Hildebrandt) (¿?). En él, se vuelve a tocar el remanido tema de lo huachafo en el Perú. Por supuesto, con la puntillosa prosa del César Hildebrandt del blog, que quizá no necesariamente es el otro Hildebrandt (¿?).
Antes de transcribir algunos fragmentos interesantes de la nota que encontré, dejo constancia de que me declaro un huachafo de auténtica marca nacional. Hubo un tiempo en el que procuré evadir mi naturaleza huachafa. Fueron los tiempos en los que vivía a salto de mata, preocupadísimo de que no se me notara el relente de marca nacional. Ahora ya no.
¡Qué le vamos a hacer! Por ejemplo, me gusta el Jazz hasta la conmoción, pero rato después estoy manejando en en compañía de radio Felicidad con las mejores baladas del recuerdo. Me gusta.
Otro sí. Juego tenis religiosamente cada fin de semana y la mayoría de veces pierdo porque no tengo un buen saque. Después del juego me pido una cerveza; en cambio, mis partners (vocablo huachafo) se piden una mineral sin gas, si acaso no otra bebida mucho más pura.
Cultivo el cine de los buenos directores, disfruto tanto del teatro que, a veces, me doy el permiso de comentar esos temas en mi blog; sin embargo, me río a toda dar con los chistes de Barraza y las ocurrencias de Melcochita, si acaso no me detengo a reír con lo que queda de los cómicos ambulantes.
Mantengo conversaciones de tópicos culturales y políticos que me apasionan, pero después termino, con otros huachafos, en algún karaoke de Lima. De otro lado, cuando amo, lo hago con fondo de bolero, y cuando me dejan sufro al tope en compañía de grandes cantineros como Ivan Cruz o Lucho Barrios.
Con lo único que no concilio es cuando se agrega que el huachafo intenta transmutar lo que es por otra imagen en la que no encaja. Eso si que no. Muchos peruanos vivimos tranquilos con lo que somos, aunque aceptar lo que somos no significa que no querramos enriquecer nuestra cultura constantemente, claro, a nuestro modo.
Jorge Miota fue el primero en usar la palabra “huachafo” y eso sucedió alrededor de 1908 en la revista “Actualidades”. Todo indica que se trata de un préstamo creativo tomado del Colombianismo “guachafa”, que describe el bullicio, la bronca y el desorden y que, en algún momento, no demasiado precisable, significó también algo así como fiesta ruidosa. Y el origen de todo esto, según lo que le contó Estuardo Núñez a Martha Hildebrandt, tiene barrio y sede limeños…
De cualquier modo, pocos son los que le niegan a Miota el mérito de suavizar el diptongo original con una “h” y de oficializar el término “huachafo” para describir, fundamentalmente, aquello que imita sin éxito, que exhibe sin rubor, que pretende ser lo que no es (ni puede ser: de allí el carácter violento y condenatorio del término). Jamás pensó Miota que la palabra adquiriría tal autoridad e involucraría a universos tan amplios y diversos. Porque, como alguna vez reconoció el mismísimo Mario Vargas Llosa en un magistral artículo, es imposible, para cualquier peruano, librarse por completo de la huachafería, entendida como ese modo histriónico de aparentar. Cuando
Vargas Llosa escribió ese artículo –agosto de 1983-, Lima no tenía a “Eisha” como “capital del verano” –qué frase más huachafa-, ni a “Tongo” como emblema de la Telefónica –una de las empresas más huachafientas en cuanto a su publicidad-, ni a los hermanitos Yaipén como símbolos, ni a Bayly como expresión liberal.
Hoy Vargas Llosa tendría que reeditar y ampliar su Atlas de la huachafería. Hoy el Perú es tan huachafo, tan repulsivamente huachafo a veces, que el buen gusto parece una melancolía. En 1983 hasta la pretensión de no ser huachafo pasaba por huachafería. Hoy los huachafos han salido del armario y han tomado el poder. Nadie huye hoy de la huachafería. Al contrario: se la ha adoptado porque se ha impuesto y porque es rentable. La prensa “no huachafa”, por ejemplo, parece condenada a la miseria. La TV “no huachafa” ha dejado, sencillamente, de existir.¿Qué no es huachafo en el Perú? Nada. Hasta Dios es huachafo en el Perú del siglo XXI. Y basta con encender uno de esos programas religiosos perpetrados por sectas cristianas para entender que el cielo también ha sido tomado por asalto.
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