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De vez en cuando, alguien suele poner a prueba mis conocimientos sobre el vocabulario castellano preguntándome sobre el significado o validez de algún vocablo. Ni modo, eso me pasa cuando se enteran de que soy profesor o, en todo caso, narrador de medio tiempo.
Ahora bien, si mi respuesta no es la que esperaba mi interlocutor, entonces me frunce el ceño con decepción; peor aún, si reconozco que no sé su significado o cuestiono de alguna manera la validez de la palabra entonces sentencia mi ignorancia indicándome que dicha palabra ya está aceptada por la RAE y, por lo tanto, su validez es completa, oleada y sacramentada. Y luego, pues nada: solo me apabulla con una mirada de decepción.
Evidentemente, los diccionarios son importantes para la consolidación de una lengua. En el caso del castellano, desde la aparición del primer “Diccionario de autoridades” hasta la más reciente vigésima tercera edición del Diccionario de la lengua española, el desarrollo y difusión de la lengua castellana ha sido estupendo.
Se sabe que hay más de mil millones de consultas realizadas por usuarios de todo el mundo a través de la edición en línea del diccionario. Que hay más de quinientos millones de hablantes de castellano y que este es considerado idioma en veinte países. Por lo tanto, es imprescindible que haya cierto tipo de organización que permita sostener las unidades básicas de su gramática. De allí la innegable importancia de instituciones como RAE y Asale que contribuyen con la consolidación de esta lengua.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que una lengua es producto social y, por lo tanto, siempre está en constante transformación, como lo están las sociedades en sí. Más allá de las palabras registradas en el diccionario hay una inmensa cantidad de vocablos, con una gran variedad significativa, que se va formando y reformando en las muchas zonas dialectales del castellano y aún no sido anotadas en el diccionario y, probablemente, no lleguen a registrarse.
Aun cuando en la base fundacional de la RAE se afirma que ella existe para limpiar, fijar y dar esplendor, el diccionario, básicamente, buscar facilitar el conocimiento sobre el significado de palabras y de expresiones que se escuchen o lean en una lengua, pero no es determinante. El diccionario registra un término, pero – seamos claros – que aparezca en el diccionario no implica una calificación de uso correcto o de uso no vulgar. Esa aceptación o censura muchas veces va de la mano de cuestiones sociales y hasta regionales.
Para resumir y justificar la imagen de esta nota que donde aparece la imagen del primer “Diccionario de autoridades” y la más reciente edición del “Diccionario de la lengua española”, me aúno a quienes agradecen el valioso apoyo de estas valiosas publicaciones, pero, eso sí, siempre con la debida independencia creativa.