En el teatro La Plaza se viene presentando El padre, obra escrita por el polémico y afamado escritor francés Florián Zeller. Una farsa trágica – a decir del mismo autor – que aborda un tema tan espinoso como la pérdida de la realidad debido a la vejez. Aunque, en este caso, el tema es mostrado desde la perspectiva del propio personaje quien sufre – probablemente – del síndrome de Alzheimer. Un hombre anciano que comienza a confundir a las personas, los lugares y los momentos que está viviendo. La degradación va llegando lenta, pero inexorablemente.
En Lima, la obra es dirigida por Carlos Fisher y el personaje principal está a cargo de Oswaldo Cattone junto a un grupo de estupendos actores como Wendy Vásquez, Rómulo Assereto, Montserrat Brugue, Oscar López Arias y Michella Chale.
La actuación de Oswaldo Cattone es, sin lugar a dudas, contundente. André, el hombre anciano que comienza a mostrar los estragos de la enfermedad, genera simpatía, nos hacer reír en los inicios de la obra, nos convence de que tal vez Ana, la hija, está exagerando. André es un hombre que da muestras de haber vivido a plenitud y con dignidad lo bueno y lo malo de la vida. Sin embargo, paulatinamente, las situaciones se van volviendo ambiguas, muchas veces contradictorias. La realidad comienza a trastocarse y las escenas que cree haber vivido no se habían dado tal como las supuso, sino de otra manera. De pronto los personajes que lo rodean se vuelven cambiantes, las escenas que creía haber vivido regresan, pero transformadas, la realidad se duplica, y empieza a dudar: no está seguro si lo que realmente sucede es lo que dice la familia o lo que él cree estar viviendo por ratos. Una estremecedora manera de mostrar la delicada línea entre la realidad y la perturbación de ella. Hay una escena casi al final de la obra que me conmovió: siento que soy un árbol a quien cada día se le están cayendo los recuerdos como si fueran hojas. Solo la actuación de un profesional del teatro podría llevarnos hacia el mundo interior de quienes padecen esta pérdida de contacto con la realidad.
Ahora bien, aun cuando la columna vertebral de este estupendo montaje recae en el Oswaldo Cattone, la calidad de la obra se debe al respaldo de un formidable elenco, y a una escenografía excelente que fue diseñada por el escenógrafo español, Juan Sebastián Domínguez quien – me entero en una nota – diseñó la escenografía de El Padre en su presentación en Madrid. En un solo espacio – con los artilugios de un buen diseño y dirección – el mundo del André se va transformando, ensombreciendo y deteriorándose.
Asistí a ver esta obra para saber cómo se podía mostrar un drama humano como el síndrome de Alzheimer con la necesaria sutileza y respeto, y también para ver la actuación de Oswaldo Cattone, personaje del mundo teatral a quien – para variar – algunos entendidos del buen teatro consideraban un actor de teatro ligero. Error. Quien es actor de vocación puede pasar de lo ligero a lo profundo de la actuación con la misma calidad.
A quienes nos gusta el teatro – sin más aspaviento que el de honestos espectadores – generalmente asistimos a un montaje porque el teatro nos hace pensar, respirar y vivir dentro de un espacio mágico en donde todo es posible y tan cerca que podemos respirar esa realidad.
Leo por ahí: “El teatro es naturalidad, es espontaneidad, mostrada al espectador de una forma directa y sin intermediarios. Cada obra de teatro es totalmente distinta a las demás. Los actores se enfrentan cada día a un público nuevo con la intención de demostrar sus capacidades artísticas y de hacerles pasar un buen rato. Esa improvisación, esa frescura sólo se puede conseguir dentro de un teatro”.
El padre se sigue presentando en El Plaza. Bueno los precios no son baratos. Por supuesto están los lunes populares, (ni tanto); pero creo que valdría la pena el esfuerzo.