Algunos entendidos afirman que leer no es una condición natural en el ser humano. La palabra escrita es un mecanismo creado – dentro de la sociedad- ante la necesidad de guardar, procesar y transmitir información de una manera menos frágil que la oralidad.
La lectura, por lo tanto, es parte de un aprendizaje de códigos o símbolos escritos a través de los cuales se obtiene la información necesaria para comprender y manejar, de mejor modo, nuestra vivencia personal y social. No se nace con la facultad de leer. Por lo tanto, la lectura es una demanda adicional que conlleva un esfuerzo, tanto para aprenderlo como para ejercitarlo. Sin embargo, esta ha sido trascendente y fundamental en el desarrollo de las sociedades. Las pruebas saltan a la vista cuando se le echa una mirada rápida a la evolución de las muchas civilizaciones a lo largo de su historia. Es más, la propia «Historia», solo se considera como tal a partir de la escritura. El mundo no sería lo que es (en lo malo y en lo bueno) sin la escritura y, claro, sin la lectura.
Bueno pues, hasta que no se confirme otro medio de aprendizaje, de reflexión y de comprensión tan efectivo como la lectura: «Todos, obligados a leer de todo».
Ahora bien, pero toca llevar el tema por el cauce literario. ¿Por qué sería buenos leer novelas? Robert Louis Stevenson, autor de «La isla del tesoro», afirmó que los libros más decisivos y de influencia más duradera son las novelas, porque «no imponen al lector un dogma que más tarde resulte ser inexacto, ni le enseñan lección alguna que luego se deba desaprender. Las novelas repiten, reestructuran, esclarecen las lecciones de la vida; nos desvinculan de nosotros mismos obligándonos a familiarizarnos con nuestro prójimo; y muestran la trama de la experiencia, no como aparece ante nuestros ojos, sino singularmente transformada, toda vez que nuestro ego monstruoso y voraz ha sido momentáneamente suprimido». De mi parte, humildemente, respaldo a Stevenson.
Algo más, aparte de ser fuente de placer, la ficción permite al lector simular y aprender de la experiencia ficticia. Un interesante estudio afirma que leer novelas «deja una huella medible y duradera en nuestro cerebro». «Se ha comprobado que algunas novelas pueden aumentar la conectividad en áreas del cerebro relacionadas con el lenguaje y que el efecto persiste más allá del tiempo que se dedica a la lectura». Cuando leemos una novela sentimos que estamos viviendo la misma experiencia que viven los protagonistas de la historia. Ahora se sabe que la lectura de una novela activa nuestra empatía, o la capacidad para ponernos en el lugar del otro, hasta tal punto que las neuronas relacionadas con esas sensaciones también se activan. «Podemos pensar en una acción que transcurre en la novela, y las neuronas que se asocian a la acción física imaginada experimentarán cambios». Por si acaso, el entrecomillado no me pertenece, pero lo suscribo.
Hay otro estudio, publicado con el nombre de «Short and Long-Term Effects of a Novel on Connectivity in the Brain» que ha demostrado que el efecto de leer una novela persiste más allá del tiempo dedicado a su lectura. Se señala que hubo un estudio en un grupo de personas que leyó cada día determinado número de páginas de una novela y, a continuación, fueron sometidas a un electroencefalograma para medir sus emociones. Lo curioso fue comprobar que una vez acabada la lectura, el efecto perduraba cada vez que se repetían las pruebas; esto es, que la lectura de una novela dejaba a los lectores en gran forma, es decir, igual que un entrenamiento físico.
Termino con un apunte que encuentro sobre una conferencia dada por la escritora Virginia Wolf, allá por 1926, sobre «Cómo debería leerse un libro». Ella afirmaba que «para leer bien un libro, hay que leerlo como si uno lo estuviera escribiendo. «De ninguna manera colocarse en el papel del juez que emitirá un juicio, sino del lado del acusado». «Ser su compañero de trabajo, convertirse en su cómplice”. De nuevo, de acuerdo con la escritora. Es que muy odioso asumir el papel de juez de una obra, en lugar de volverse cómplice de la creación.
La gran Virginia Wolf, cerró su conferencia afirmado que «uno puede pensar lo que quiera acerca de la lectura, pero nadie va a imponer leyes al respecto. Aquí, en esta habitación, entre libros, más que en ningún otro sitio, respiramos un aire de libertad. Aquí, simples y doctos, el hombre y la mujer son iguales. Porque, no obstante, la lectura parece cosa simple —una mera cuestión de conocer el alfabeto—, de hecho, es tan compleja, que es dudoso que alguien sepa lo que realmente es».