Como ya compartí en una nota anterior, estoy aprovechando algunos días sueltos para dedicarme a la reconfortante actividad de leer, pero sin prisa, más bien con remolona paciencia. Sin la ansiedad de escuchar la alarma programada que indica que hay que salir pronto, antes de que el día se congestione. Todo lo contrario: leer tranquilamente, comentar lo que se ha leído, avanzar en la redacción de un nuevo libro. Estos días no van a durar, pero los estoy disfrutando.
Esta semana, por ejemplo, he leído – casi de un tirón – la novela de Alina Gadea «Destierro», editorial Emecé Cruz del Sur (2017). Me alegro de ello. Una novela concisa y contundente.
He tenido la oportunidad de leer las novelas anteriores de Alina Gadea. «Otra vida para Doris Kaplan» en donde se narra el difícil proceso de asimilación de una adolescente ante la muerte de un padre. «La casa muerta» que cuenta la historia de Mariela Ramos en su lucha por la conservación de una arquitectura limeña que se va derruyendo; aunque interiormente, en el núcleo de su existencia, lo que intenta es un rescate de ella misma. En «Obsesión» aborda el tema del amor desde una perspectiva femenina, pero no con el afán de magnificar el género, sino para mostrar las emociones y contradicciones de Yvonne, sin alegorías que la enaltezcan ni alusiones que la denigren.
Ahora bien, en estas novelas mencionadas, la temática general tiene que ver con situaciones cotidianas, pero presentadas de un modo atildado; es decir, con una prosa llana, sin mayores rebuscamientos, aunque bastante efectiva. De otro lado, la exploración de los personajes no intenta una cirugía mayor que muestre ese lado profundo y casi oscuro que algunos lectores quieren encontrar. Hasta ahora, en las novelas de Alina, los personajes son seres comunes – como lo somos casi todos – enfrentando situaciones corrientes. Y, precisamente, estas características pueden ser algunas de las razones que expliquen la buena recepción que han tenido las novelas de Alina.
«Destierro» relata el siempre complicado proceso del divorcio desde la perspectiva de una mujer. La novela comienza con un cuadro conmovedor. La mujer piensa en el suicidio mientras mira el acantilado que forman los malecones de Miraflores y observa el desplazamiento de los parapentes multicolores en el cielo. No se sabe todavía las razones, pero está desolada y se siente su pena. Solo la calma la memoria de sus hijos esperándola.
A partir de esa escena, en dieciocho apartados, se va conociendo las razones que la tienen devastada. En cada apartado se presentan instantáneas que señalan la finalización no solo del matrimonio, sino de un modo de vida. La culminación de un ciclo que – a ratos – se niega aceptar; aunque en otros momentos, surgen recuerdos que la llevan a entender que ya todo estaba acabado y que había replantearlo todo. En otros cuadros se regresa al pasado de ella y de él, para intentar explicar las razones que los han llevado a disolución de un hogar. Y entre uno y otro segmento, se intercalan los períodos aciagos de la mudanza, así como de otras situaciones dramáticamente prácticas cuando hay que cambiar todo el modo de vida.
Ahora bien, podría parecer que en esta novela la autora regresa a las constantes de sus obras anteriores y, probablemente, sea cierto en cuanto a la exposición de un tema familiar y, lamentablemente común, como es el divorcio y todo el sufrimiento que este acarrea. Sin embargo, en esta obra, el modo de contar ha cambiado. Los dieciocho cuadros (he evitado el término «capítulo») no siguen un orden convencional, sino que se intercalan momentos y situaciones que rompen lo espacial así como lo temporal. Hay – como he leído en algún artículo – una fragmentación novedosa de los hechos que le da un dinamismo peculiar. De otro lado, no hay una narración, digamos, «objetiva», sino una secuencia de instantáneas contadas desde lo más íntimo del personaje: sensaciones más que explicación de los hechos. Solo cuando se termina de leer la novela se comprende que no ha sido una narración convencional acerca de un divorcio, sino una secuencia de pinceladas emocionales que, al final, han formado una especie cuadro abstracto cargado de sensaciones.
«…Ha llegado nuestro final. Nos damos un abrazo. Al día siguiente vamos cada uno por su cuenta donde el notario. Un directorio frío y enorme. Una mesa negra ovala al centro. Un documento que firmar. Él en su sillón de enfrente luce inexpresivo. Sus ojos verdes enrojecidos e hinchados como si hubiera estado durmiendo por demasiadas horas…»
«Destierro» es una novela breve, muy bien escrita y que aborda un tema conmovedor como es el divorcio, de un modo interesante y efectivo.
Si no la han leído, háganlo. La literatura peruana sigue ampliando sus horizontes con voces narrativas que avanzan con pasos firmes. Me alegro.