Hace algunas semanas terminé de leer la novela de Hugo Yuen, El laberinto de los endriagos. Obra ganadora del Premio de Novela Copé 2017. Las ocupaciones laborales y también mis proyectos narrativos (que a veces se entrampan por largo tiempo) no me permitieron compartir el comentario respectivo: en este caso, de la excelente novela de Hugo Yuen.
Ahora bien, creo que no siempre es necesario comentar y reseñar un libro que se haya leído. En algunos casos porque ya existe una buena antología de comentarios y, en otros, porque si no hay nada bueno que decir de la obra, es mejor guardar silencio: ese fue el consejo de un gran amigo que siempre he tomado en cuenta. De todas maneras, siempre trato de compartir una nota, muy sencilla, sobre lo leído; de cierta manera, esos comentarios me ayudan a reflexionar un poco más sobre el libro y a descubrir más detalles sobre su contenido.
Algo más antes de hablar de la novela. Varias semanas atrás compartí una nota sobre las dificultades que tuve para conseguir el libro Hugo Yuen. En ese tiempo, el libro solo se podía conseguir en las oficinas de Petroperú y comprarlo fue toda una aventura dentro de las oficinas de aquella entidad. Luego, en la reciente Feria del Libro, me encontré con el estand de Petroperú y con la novela ganadora al alcance de la mano. Cosas que le pasan a los apurados. En fin, ya no importaba. Ya tenía el libro, lo había leído y fue una grata experiencia.
El laberinto de los endriagos es una novela de 357 páginas que abarca más de cuatro siglos de la historia peruana, pero que se centra, principalmente, en la tragedia de los lavaderos de oro en el departamento de Madre de Dios. Hay pinceladas narrativas que llegan hasta el inca Túpac Yupanqui en su intento de dominar el flanco selvático; otros que mencionan al mítico Fitzcarraldo en su excéntrica aventura por la amazonia; también se menciona a la Lima a virreinal y a la contemporánea; igualmente se hacen trazos del flanco andino como marco para narrar la siniestra presencia del terrorismo. Sin embargo, como ya mencioné, todo ello tiene como eje la tragedia que aún se vive en los lavaderos de oro manejados por la minería ilegal.
En la novela discurren una larga lista de personajes, ubicados en distintos tiempos, y cada uno presentado con la suficiente intensidad como para tener un peso propio dentro de la novela. Meretrices, proxenetas, sacerdotes, aventureros, shiringueros del caucho, oreros (buscadores de oro), nativos de variadas tribus amazónicas. Cada cual con una tragedia en ciernes y con una función determinante en una novela que – a la vez – es una multiplicidad de historias. Esto aparte de la aparición contextual de personajes históricos como algunos presidentes (Leguía, López de la Romaña) y otros tantos nombres que componen tanto la historia como la leyenda peruana. Sin embargo, hay personajes puntuales que ayudan a encaminar la historia. Lucho o Luchifer es el aventurero que decide internarse por voluntad propia en ese laberinto selvático, que se consume en ese infierno físico y moral en el chapalean sus habitantes mientras escarban en busca del desgraciado oro. Pero es gracias a este personaje que se pueden enlazar los diversos momentos de la novela que, de otra manera, hubieran parecido cuadros dislocados y sin sentido dentro del universo de ese laberinto. Sin embargo, también hay que mencionar la imprescindible presencia del narrador dentro de la novela, de la voz que abre y cierra la desatada leyenda para darle sentido y que, al final, te hace notar que, definitivamente, no hay final, que no hay salida, que todo es un laberinto sin escape.
¿Cómo se pueden conectar tantos hechos históricos y tantas vidas fragmentadas dentro de una ambiciosa novela? Solo con mucho trabajo y con bastante talento. Confieso que en principio, la novela se me hizo un tanto difícil e intrincada. Y como escritor básico, presentía que tanta multiplicidad de cuadros, tiempos y escenas – en apariencia desarticulados – no iban a llegar a cohesionarse. Pero Hugo Yuen ha logrado componer una novela totalizadora, como hace tiempo no encontraba en la literatura peruana. No digo que este deba ser el modelo que se debe seguir la literatura peruana. Las novelas de esa envergadura, por lo visto, han dejado de ser atractivas para el lector contemporáneo: apresurado, práctico, líquido. Pero cuando uno se encuentra con novelas tan abarcadoras y bien escritas no le queda otra que admirarla.
En fin, la novela tiene otros méritos, como el lenguaje que – según las circunstancias – recurre a arcaísmos de la época y, en otros, a un vocabulario perulero. Desde el punto de vista lingüístico, se nota que el autor tuvo que haber hecho su tarea filológica.
En todo caso, siempre es un tanto complicado extenderse en la reseña o comentario de una obra que – probablemente – muchos aún no han leído. El temor de cometer el ahora llamado spoiler (la Academia propone destripe: mala idea) me contiene.
Felicito a Hugo Yuen por su novela. Creo que el premio Copé es bien merecido. Espero con ansias la continuación de este proyecto narrativo que, por lo visto ya está en plena escritura. Y los invito a buscar la novela (que ahora ya está en varias librerías) y a disfrutarla.