Por Nora Primo (Cuculi)
Esta nota tenía que ser de mis escritores bohemios preferidos. Parece una pregunta simple, sin embargo, responder no resultó tan sencillo. El término bohemia se somete a diferentes interpretaciones. Para muchos es un estilo de vida caótico, rebelde y perdido. Para otros, es la pasión por la vida, el arte, la cultura, las noches de aventura y el alcohol.
Personalmente, debo decir que comparto la idealización de los escritores bohemios del cineasta Woody Allen. En su película Media noche en París, en la que retrata exactamente lo que yo he imaginado sobre la bohemia y, con más precisión, lo que se supone fue el modo de vida de la generación perdida de los años 20, al menos, según mi candidez. Un París poblado de artistas de todas partes del mundo. Una explosión de creatividad, una reinvención en casi todos los aspectos: moda, pintura, cine, fotografía y literatura. Todos los creadores y aventureros congregados en esa luminosa ciudad. Eso más el contexto mítico; es decir, los grandes cambios que vivía el mundo, y el charlestón, el champagne a raudales, la absenta, los vestidos con flecos. Ernest Hemingway liándose a puños con un torero español; Scott FitzGerald, delirante, genial y corriendo tras Zelda y sus locuras. Y la legendaria casa de Gertrude Stein, la protectora de la llamada generación perdida. Siempre imaginé aquella casa como un reducto de buen gusto, con paredes colmadas de pinturas fascinantes y estanterías colmadas de libros, pero, sobre todo, visitada por toda la bandada de artistas y bohemios de la época.
Bonita fantasía, pero seguramente algo alejada de la realidad, después de todo la literatura no es una profesión fácil, requiere de auto disciplina, un riguroso trabajo de investigación, concentración y dedicación, es decir, bastante distante de esa vida bohemia de leyenda. No tengo la suficiente información para generalizar, pero se infiere que los escritores que han logrado desarrollar una voz clara, limpia, atractiva, lo han hecho luego de innumerables horas de trabajo y sacrificio, con poco tiempo para las noches de febril desvelo. Es muy romántica la idea de noches de francachela interminable recorriendo los bares de toda calaña.
Sin embargo, ahora que el tiempo y los vaivenes de la vida nos van llevando de bandazos por la realidad, a veces pienso que los bohemios, así como los tenía idealizados, ya no son tan compatibles en este mundo de demandas más materiales. ¿Podrían encajar en este mundo de exigencias productivas y tendencias de salud extremadas? Ellos, los artistas rebeldes, aquellos de espíritu intransigente que salían a la insondable noche a cazar ideas y pulsiones, los que se perdían en conversaciones interminables, más sexo y mucho alcohol corriendo a raudales por las venas. Todo ello, sin importar nada más que la noche, sin medir las consecuencias o el mañana.
No obstante, supongo que también depende de lo que se entienda por bohemio. Es decir, si se habla de unas cuantas copas triviales por noche, quizás por semana o si se refiere a esas épicas borracheras que se acercaban al colapso y de las que se dan cuenta en las biografías legendarias. Tal y como lo veo, desde este tiempo asfixiado por una sociedad del rendimiento (parafraseando a Byung-Chul Han), puedo suponer que ningún escritor podría ser prolífico y eficaz en sus obras si acaso no sale del seductor círculo borrachera – resaca. ¿Podría?
Se podría mencionar a escritores como Bukowski. Sí, me gusta Bukowski. He disfrutado sus novelas, poemas y, sobre todo, sus cuentos. Pero había que tomar en cuenta las circunstancias o el contexto diferente que lo hacía ser Bukowski. Se podría decir que él fue un poco el final o la cola de la de generación beat. Esa literatura que retrataba a la generación posguerra de los años cincuenta. Generación fatalista, completamente nihilista, con un rechazo total de los valores estadounidenses clásicos. Bukowski era Henry, su personaje alter ego, ambos reflejaban el sentir de esos años: un hombre sin muchas ganas de nada, sin apegos, sin ambiciones, indiferente al mundo y a él mismo. Henry no lo intentaba mucho, estaba más conectado con su presente y asimilaba los eventos afortunados o desafortunados de su vida con desapego. Una alternativa de vida bastante tentadora, bajo cierta perspectiva. Fue eso lo que lo convirtió en el símbolo de la decadencia norteamericana, contexto que lo ayudó a tener cierto éxito en las generaciones siguientes. Una extraña alineación de planetas que le permitieron ser un insigne borracho, y un gran escritor. (Hay que decir que empezó a publicar cerca de los 50 años)
Siguiendo esa línea sobre a generación beat, vale anotar que esta corriente literaria nace de un compartir cultural, literario, un intercambio de ideas, no me cabe duda de que estas reuniones entre los amigos Allen Ginsberg, Lucien Carr, Jack Kerouac eran de alcohol y drogas. Una vez más, tendencia que se alinea con su contexto histórico posguerra. Donde la decepción y un poco de la filosofía oriental, junto con muchas drogas crearon grandes obras literarias como En el camino de Kerouac. Libro que habla de la mítica ruta 66, uno de mis libros preferidos. Hay que decir que muchas de las obras de esta corriente son autobiográficas, un cruce entre autor y protagonista. Esto fue parte de un concepto literario, de una tendencia y supongo que, también, una manera de conservarse auténticos en su propuesta literaria.
Hoy en día la información es más rápida, tenemos infinidad de información al alcance de nuestros dedos. Pero es interesante pensar que no siempre fue así. Entonces había que recurrir a otros estímulos: hubo un tiempo en que la bohemia era necesaria para poder expandir tus ideas, ponerlas a prueba, hacerlas más fuerte. El París de los locos años veinte o cualquier otro lugar del ancho mundo eran una plaza para eso. Es en esos cafés o esas cantinas, un artista exponía sus ideas, sus creaciones, sus teorías; en esas tertulias reforzaban sus ideas, pulían sus ficciones. Se enteraban de un libro que no habían leído, de un autor que aún no conocían, de ideas novedosas, de una técnica que sería la llave para crear una obra nueva. A través de ese compartir probablemente se logró la innovación en muchos aspectos artísticos. Escuchar, discutir, beber, experimentar con métodos no convencionales, con ideas atrevidas.
No sé si les ha pasado que cuando terminan de leer un libro, la única manera de cerrarlo es comentándolo. Creo que es el momento cuando compartes tu propia experiencia con ese libro cuando se obtienen las mejores conclusiones. Uno se suelta, se relaja un poco con el contrapunto de ideas. Este ejercicio, acompañado de un buen trago, es definitivamente es un placer. Un ejercicio mental: buscas claridad, información, indagas, preguntas, respondes. Maduras tus ideas. He aquí la idealización de la bohemia: la función de aquellas noches parisinas, confrontar las ideas, además de pasarla bomba, claro está.
Llego a esta conclusión porque, de algún modo, relaciono espacios como el de esta revista, para que cumplan la función de mantenernos en contacto y estimularnos mutuamente. Los tiempos cambian. Tal vez ahora las plataformas virtuales, sean útiles para un intercambio de ideas. No para la búsqueda de una sabiduría trascendente, más bien, para recepcionar las ideas de otros tantos. Tal vez los entablados ya no sean una mesa llena de botellas vacías. Tal vez sean estas plataformas las que nos mantengan actualizados, conectados y nos ayuden a mantener vivo el ejercicio de pensar. Aún así, se extrañará esa vida de leyenda o al menos aquellos que algunos pensamos que fue la bohemia.