Como a las seis de la mañana de este lunes, el repique de una guitarra y luego la voz cascada del Zambo Cavero irrumpieron en mi semana para cambiarle el ritmo y el tono a mis tranquilos amaneceres. Mi vecino, un respetable señor de muchas canas, de quien no se puede mal hablar, porque ha sido un solitario caballero de excelentes modales desde su llegada, inició lo que el ha llamado las jornadas previas a la celebración del criollismo. ¡Pero a las seis de la mañana! ¡Qué bárbaro!
Sin embargo, por lo menos yo no tengo corazón para oponerme a su inusual euforia. Hay algo que ilumina esos ojos cansados, como un pequeño brillo que revive tiempos “como los de antes” cuando la música y, en general, la cultura criolla presagiaba una larga vida que finalmente se truncó. Eran los tiempos – lo escucho – en los que una serenata con guitarra y cajón eran comunes junto a la ventana de la mujer amada. Caray. Qué bonito. Eran otros tiempos. Yo también me acuerdo un poco de aquello, porque perdí el corazón una tarde de aquellas cuando el amor nos llama. Eso le cuento a don Ramiro, que así se llama, aunque tranquilamente podría llamarse Oscar Avilés por el mostachito y el cabello peinado hacia atrás todavía con gomina. Para qué le conté que hubo una mala sombra en mi vida y que lejano estoy de un gran amor aunque de la lejos aun la estoy queriendo. Para el martes por la tarde, me esperó con tremenda colección valses como para cortarse las venas, y yo, por supuesto, puse las copitas de pisco acholado.
Claro que no a todos les ha caído bien aquello de la jornada criolla con casi quince días de anticipación. Porque una cosa es una canción de cuando en cuando y otra atosigar la semana con tanto valsecito. Pero don Ramiro es de la vieja guardia y sabe cómo manejarse con la gente. Ni hablar, para el miércoles Los Morochucos nos pusieron en nota a todos porque eso de llora guitarra porque eres mi voz de dolor sí que afecta. El jueves quise convertirme en el discípulo amado de don Ramiro y traté de despertar el espíritu criollo entre mis amigos de otros lados. Pude poco. Un almuerzo criollo. Un par de piscos y, luego: ya no jodas más con la cantaleta de la canción criolla porque ese género hace tiempo está fuera de cuenta. Pero claro que no – dije yo, que ni bailar vals sé, pero aprovechando que el Zambo Cavero se manda con y se llama Perú -: la música criolla es un componente imprescindible de la cultura peruana. Pero ellos, nada: el vals se ha quedado entrampado en la nostalgia de un tiempo que no llegó a existir por completo, compadrito, así que cambia de disco.
No importa, cada quien sabe cómo toca su guitarra. En lo que respecta a mí. También me he aprovisionado de muchos compactos valsísticos en el auto. Y si alguien me cae por casa será recibido de entrada con algo de Chabuca Granda, y toda la conversación tendrá como fondo los valses, ese género que sobrevive principalmente por la nostalgia de criollos y acriollados. Esas canciones de letras algo ahuevadas, pero que se han quedado prendidas en el tiempo.
– Les dejó un enlace interesante que habla de la música criolla con mayor conocimiento de causa y efecto. Haga click
aquí
– También, a la derecha de este blog, cuelgo un video que trata sobre la historia del vals.