¿La señora Bronstein? –llamó la enfermera.–Soy yo –dijo una mujer de edad poniéndose de pie y caminando hacia el consultorio con una elegancia y una altivez poco usuales para sus años.–Pase, por favor –le sonrió la enfermera–. El doctor la está esperando.La señora Bronstein entró al consultorio y el doctor Gutiérrez se paró un instante de su escritorio para darle la mano.–Qué gusto verla –le dijo–. Tome asiento, por favor.La señora Bronstein se acomodó en la silla, un poco sorprendida con la intensidad con que el médico, un hombre casi tan viejo como ella, la observaba.–¿Cómo se encuentra? –preguntó al fin el doctor.–Con achaques. Pero digamos que, en general, bien.–¿Sabe? –dijo el médico en un tono como de confesión–. No quiero importunarla ni ser malinterpretado por esto, pero desde la primera vez que la vi quise comentarle algo. Le encuentro un aire a una persona muy famosa…–¿Famosa…? –repitió inquisitivamente la señora Bronstein, interesándose por lo que el doctor decía.–Sí –continuó él–. Usted tiene unas facciones y unos ojos muy parecidos a los de una mujer que hace muchos años fue muy conocida: la Miss Mundo del 57. ¿No se lo han dicho antes? Era una finlandesa que, si la memoria no me falla, se llamaba María Lindahl. Yo me acuerdo de ella porque justo ganó en el mismo año en que Gladys Zender obtuvo el Miss Universo…–Se llamaba Marita… –precisó la señora Bronstein– Marita Lindahl..–Es cierto –se entusiasmó el médico, contento de que su paciente le siguiera el hilo de la conversación–. Me imagino que es algo que siempre le han dicho…–No siempre –se sonrió ella levemente–. Y menos ahora que estoy vieja. Pero ya que lo menciona, le diré que yo soy Marita Lindahl..El doctor Gutiérrez se quedó asombrado, sin saber qué decir. En su momento había admirado, como muchos otros jóvenes de su generación, la singular belleza de aquella mujer. Atesoraba, incluso, algunos recortes periodísticos en los que ella aparecía retratada.Llevo el apellido de mi esposo, de mi segundo esposo –prosiguió la señora Bronstein–. Es lo usual aquí, ¿no? Lo que sí no he dejado de usar es mi nombre Marita…–Así que tenemos a una de las primeras Miss Mundo en esta clínica –proclamó el médico tratando de recuperarse de la sorpresa–. ¿Está de visita por el Perú? Habla muy bien el castellano. Casi no se le nota el acento…–Vivo aquí desde hace quince años. Mi esposo era judío pero nació acá. Nos conocimos en Helsinki; él tenía unos negocios por allá. Hemos vivido en muchos países, pero al final nos vinimos para acá…–No estaba al tanto –se excusó con cierto pesar el doctor Gutiérrez–. En realidad, nunca he sabido que le hayan hecho una entrevista o algo así, y usted debería ser tratada como toda una celebridad…–Una celebridad de hace cincuenta años –ironizó ella–. Pero no. Nadie sabe de eso. Yo aquí soy la señora Bronstein…–Pero en todo este tiempo me imagino que alguien más la habrá reconocido…–Un par de veces, hace varios años. Pero lo negué. Además yo casi nunca salgo a la calle. No me gusta la vida social…–O quizá lo que no le gusta es Lima…–No mucho, la verdad, aunque el Perú sí. He ido a algunos pueblos muy bonitos, pero en general no soy una persona que se apasione por las cosas. Los finlandeses somos así, melancólicos por naturaleza. Dicen que somos la nación con la mayor tasa de suicidios… Además, me he ido quedando sola…–¿Falleció su esposo…?–Hace diez años… Fue algo duro. Pero lo más terrible fue haber perdido antes a mi único hijo. Murió muy joven, haciendo alpinismo…–Entiendo, ningún padre está preparado para eso –reflexionó con voz comprensiva el médico–. Pero, dígame, ¿en qué ocupa ahora usted su tiempo?–Leo. Leo mucho. Me gustan las novelas. Antes iba a las librerías a comprarlas, pero ahora las pido por internet. Es más fácil..–Es más fácil, sí, pero de vez en cuando es bueno hacer algo de ejercicio…–Sí, sí; lo sé. Yo hago yoga. Me relaja mucho. Una instructora muy buena viene a mi casa una vez por semana…–Pero no todo tiene que hacerlo en casa. No tiene por qué quedarse encerrada…–Encerrada… –repitió pensativa la señora Bronstein–. Quizás ése sea un buen calificativo para mí… ¿Sabe? Desde que gané el concurso me he sentido como encerrada; como si, aunque nadie me viera, tuviera que comportarme como una reina. Mi primer matrimonio fracasó por eso: me tenían como un adorno, casi como un trofeo… Luego vino mi segundo esposo, que fue como un respiro hasta que murió mi hijo. Sí, a veces es como si estuviera encerrada, encarcelada en el pasado. Supongo que la muerte será una suerte de liberación…–Créame que eso es algo que sentimos todas las personas mayores –trató de alentarla el doctor Gutiérrez–. Lo que tenemos que hacer es saber disfrutar del presente, darnos cuenta de lo nuevo…–Bueno… ese dolor en la espalda por el que vine era algo nuevo, doctor… –aprovechó la señora Bronstein para retomar el motivo de la consulta–. ¿Cómo salieron mis exámenes?El médico buscó los resultados en su escritorio y por primera vez los revisó. No había tenido tiempo de hacerlo antes. Después de algunos minutos, habló.Para continuar leyendo el cuento, hacer clic aquí.